Hace unos días hablábamos de una calle que homenajea a la criatura más famosa de Homero, al simpar Ulises.

La calle, estrecha y bonita, se encuentra muy cerca del Monte Victoria, tiene un fondo de pinos en el horizonte y 'desemboca' (como buena calle de marinero) en la calle Amargura, por medio de una pronunciada y angosta escalera.

A raíz de la publicación de esta crónica, Luisa Balbín ha tenido la amabilidad de ponerse en contacto con esta sección, para contarnos la azarosa historia de cómo la calle Ulises arribó al callejero municipal.

Con las gracias por adelantado por esta bonita historia, doña Luisa nos cuenta que sus tíos y primos vivían en esta calle desde que nacieron y todavía vive una tía.

Antes de que el nombre de Ulises surgiera de las procelosas aguas administrativas, la calle no tenía nombre, así que para recibir las cartas los vecinos ponían Prolongación de Conde de Ureña.

Pero el caso es que se perdían muchas cartas, así que un día, una de las vecinas, familiar de doña Luisa, fue al Ayuntamiento a solicitar un nombre para la calle. Por aquel entonces, el procedimiento para nombrar una calle no era el de ahora y las cosas se solucionaban con más rapidez e improvisación. Por eso, a la vecina en cuestión se le ocurrió proponer el apellido de un mecánico dentista, un vecino de la calle ya fallecido, que además había sido primo del entonces alcalde.

El problema fue que se apellidaba Navas y ya existía una calle Las Navas en Huelin. Iba a ser un lío para los carteros.

También propuso Álvarez y como también existía la calle Álvarez siguió dando nombres y apellidos, hasta que se le ocurrió dar el de su marido, José Verdes Rodríguez. Tampoco valió porque como recordó el funcionario municipal, «tiene que estar muerto para que le pongan una calle».

Entonces a la señora se le ocurrió un hermoso ardid digno de Homero, que aclararemos en seguida. «¿Por qué no le pone Ulises?», propuso. El funcionario, que no parecía muy puesto en literatura universal, preguntó: «¿Ese está muerto?».

La señora asintió, pues La Odisea se desarrollaba al poco de terminar la Guerra de Troya, es decir, mucho antes de que existiera siquiera el callejero municipal.

Como el candidato propuesto había pasado a mejor vida -salvo en la memoria de los lectores-, la calle sin nombre pasó a llamarse desde ese día calle Ulises.

Lo que el funcionario municipal no supo es que, en realidad, Ulises era el segundo nombre del hijo de esta señora, José Ulises Verdes, y como Ulises era conocido en la familia.

Lo bonito de la historia es que, como cuenta Doña Luisa, José Ulises fue en su juventud marino mercante, y al regreso de uno de sus embarques se encontró con que la calle llevaba su nombre.

Un antiguo vecino del entorno nos comenta que habría sido el padre y no la madre de este joven quien realizó las gestiones con el callejero, de una vía que también se conocía por entonces como el Carril de Ayala, porque en él vivía un vecino llamado Manuel Alaya. De cualquier forma, sea uno u otro, el curiosísimo resultado es el mismo: La calle Ulises de Málaga recuerda a dos marinos separados por siglos, pero unidos en su afán por surcar aguas indómitas.