El Ayuntamiento de Málaga tuvo ayer más moral que el Alcoyano al celebrar, durante la Semana Europea de la Movilidad, el Día sin coches.

Por desgracia, ahora más que nunca el coche -y no nos referimos a la forma en la que en Málaga llamamos al autobús sino al automóvil privado- se ha convertido en un símbolo reforzado de estatus social.

Cierto que es un estatus bastante anacrónico e incluso provinciano, a estas alturas del siglo XXI, pero eso no quita para que, en plena pandemia, se haya convertido en una forma rápida de sortear al 'bicho' que, en teoría, abundará más en los autobuses de la EMT o en el metro que en los coches privados con una o dos personas a bordo.

Esto último, a propósito, está por ver, dada la frecuencia con la que el transporte público se desinfecta, lo poco que se departe durante el trayecto y el uso obligatorio de las mascarillas, algo que no ocurre con tanta frecuencia en los coches privados.

Además, como hemos podido comprobar este verano, hay mucho más riesgo en un cumpleaños familiar o en un bautizo con cuñados que en un viaje en la EMT, en el metro de Málaga en un concierto en el Cervantes... e incluso en el Teatro Real.

Y ahí tenemos un año más a nuestros cargos públicos, que suelen pisar el autobús cuando inauguran uno y el resto del año se mueven con coche oficial. Muchos de ellos no predican con el ejemplo y su actitud no fomenta, precisamente, el uso del transporte público.

La celebración del Día sin coches, por otro lado, nos dejó imágenes inquietantes porque enlazaban en el imaginario popular con los inicios del confinamiento. Contemplar el Paseo del Parque y la Alameda casi desierta acongojaba a cualquiera.

Coincidió la celebración del Día sin coches con la próxima salida de la ordenanza de Movilidad, que destierra los peligrosos patinetes eléctricos de las aceras (salvo si son privados) y envía a los ciclistas a los carriles bici. Ojo por tanto a los que decidan utilizar la laberíntica red de carriles bici del Este de Málaga -casi tan laberíntica como su red de metro- porque tendrán que jugarse el tipo en las carreteras.

Ciertamente, caminar por los paseos marítimos de Málaga carentes de carriles bici se había convertido en una profesión de riesgo, algo que habían denunciado hasta la saciedad los vecinos del Limonar.

La simultánea popularización del deporte y la prisa ha dejado estos paseos repletos de corredores, ciclistas, 'monopatinadores', raudos amantes del patinete eléctrico y paseantes, así que el milagro es que no haya atropellos todas las semanas.

La movilidad en la Málaga metropolitana es un sudoku de máximo nivel. Con un tren que sólo llega a Fuengirola, un metro que sólo cubre una mitad de la ciudad y cojos de carriles bici, queda mucho camino por recorrer... y la mayoría lo hace en coche.