Cuando la Policía Local llega al punto del paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso, donde la llamada de un ciudadano dice estar viendo a unos chicos robando mochilas a los bañistas, los agentes se encuentran con un grupo de personas en bañador persiguiendo a la carrera a dos jóvenes que huyen a la carrera con su botín a cuestas. Son las 18.30 horas. La turba se dirige hacia el Paseo de Reding y los policías llegan hasta la cabeza de carrera antes de que uno de los ladrones, ataviado con un bañador rojo y portando varias mochilas, y una de las víctimas, un malagueño de 16 años, lleguen a las manos. El menor trata de recuperar la suya y pocos segundos después se suman otros dos amigos suyos de 14 y 16 años y varios testigos que aseguran que sus mochilas también las lleva el tipo del bañador rojo, cuyo compañero ha conseguido huir. Los agentes ponen orden y recuperan las mochilas, donde sus propietarios llevaban móviles y diferentes efectos personales valorados en más de 400 euros. La pandilla asegura que quieren denunciar y el caco, español de 31 años, es detenido y trasladado a dependencias policiales.

La pandemia de las infracciones penales son los hurtos, actividad que en la capital se sigue contando por miles en el último informe trimestral de criminalidad del Ministerio de Interior. Tras unos meses de confinamiento en los que los rateros han visto mermada su productividad casi a la mitad (entre enero y junio sumaron en la ciudad 2.709 hurtos frente a los 5.109 del mismo periodo del año pasado), la desescalada y la nueva normalidad soplan a favor de una tipología penal que se alimenta de la actividad en las calles y establecimientos comerciales y que provoca un daño terrible a la imagen turística de cualquier destino. Sólo en 2019, la capital de la Costa del Sol acumuló 10.556 hurtos.

La Policía Local de Málaga es uno de los cuerpos que más tienen que decir en la lucha que diariamente libran sus agentes contra el hurto, sobre todo cuando los protagonistas, muchos con una interminable lista de antecedentes de este tipo más allá de la frontera de Málaga, son grupos que actúan de forma organizada e itinerante. «Si reconoces a uno de ellos en la calle y lo sigues sin que te detecte, es difícil que no lo sorprendas actuando», asegura un agente. Algo así ocurrió a principios de septiembre, cuando unos policías que trabajaban de paisano siguieron los pasos de una pareja de jóvenes pero viejos conocidos de origen rumano. No tardaron en comprobar que, a la altura de la calle Cuarteles, acecharon y manipularon el bolso que una pareja que paseaba allí antes de salir pitando del lugar. Uno de los agentes atendió a las víctimas, que comprobaron que les habían quitado unas gafas graduadas valoradas en 500 euros. El policía que interceptó a los sospechosos encontró en la bolsa de ella una funda de gafas que las víctimas reconocieron como suya. Mientras comprobaron que los jóvenes también llevaban diversa bisutería y 120 euros en efectivo, una comunicación por radio informó de que una turista boliviana estaba denunciando en la plaza de la Marina que le habían quitado del bolso un monedero con 1.400 euros en efectivo y que había dado una descripción que coincidía plenamente con los jóvenes rumanos.

Días después, sobre las 13.00 horas, la Sala del 092 recibió una llamada de los responsables de una tienda de ropa del Centro tras detectar que dos mujeres habían intentado sustraer a una clienta de 78 años los 780 euros que minutos antes había sacado de un cajero. Según los testimonios que recogieron los agentes, una de las sospechosas se encargaba de entretener a la víctima enseñándole prendas de la tienda mientras su compañera intentaba hacerse con la cartera de la víctima, pero los empleados del establecimiento se percataron y llamaron a la policía. Los agentes reconocieron enseguida a las mujeres por haber estado implicadas en hechos similares. «En este caso, estas chicas están especializadas en seguir a personas mayores que sacan dinero del cajero y asaltarlas en el mejor momento posible», explican desde la Policía Local.

Otro modus operandi, clásico y efectivo para desplumar a los turistas, es el de la muleta, como se denomina a los elementos que los ladrones usan para ocultar su acción, ya sea con una prenda, un sombrero, un mapa, una toalla en la playa... O un abanico, complemento con el que una joven búlgara consiguió quitarle la cartera a una turista holandesa que paseaba con sus hijos y su pareja por el Paseo Don Juan Temboury, a los pies de la Alcazaba. Tras acechar a la víctima por detrás, abrió el abanico para taparse la mano con la que accedió a la mochila para sacar la cartera, que contenía 450 euros, y pasársela inmediatamente a su compañera para que la ocultara entre sus ropas. Tres policías locales entraron entonces en acción y provocaron que esta última arrojara la cartera bajo un contenedor en un desesperado e infructuoso intento por deshacerse de las pruebas. Una vez detenidas, los agentes comprobaron que una de ellas tenía una reclamación judicial en Madrid por hurto y su compañera, una requisitoria para averiguación de domicilio.

Una llamada al 092 sobre las 2.00 horas alerta de un incidente en el Muelle Uno, donde un tipo ha intentado robar un bolso tras acercarse a la víctima y pedir un cigarro. Varios ciudadanos lo retienen hasta la llegada de la Policía Local, que tras varias gestiones comprueba que la descripción del sospechoso, un rumano de 37 años, coincide plenamente con la de un tipo que a la 1.50 ha sustraído otro bolso en un bar del paseo marítimo Ciudad de Melilla, al otro lado de La Malagueta.