Al igual que el siglo XX no comenzó hasta el 28 de junio de 1914, fecha del atentado de Sarajevo, en nuestra ciudad, como en el resto de España, el 2020 no dio inicio hasta el sábado 14 de marzo, el día en que el Gobierno central decretó el estado de alarma.

A partir de ese día, y hasta el mayo florido, Málaga se vio envuelta en un realismo mágico de calles sin gente, parques infantiles sin niños, la playa de la Misericordia sólo frecuentada por un grupo de flamencos y la estatua del Marqués de Larios con la mirada perdida, desconcertado ante el vacío existencial de la calle que lleva su nombre.

Durante semanas amaneció un día de Año Nuevo, aunque sin churrerías abiertas ni jóvenes en chaqueta y traje largo dando tumbos.

Fueron jornadas en las que la Naturaleza ´reocupó' su sitio: además de los mencionados flamencos, por las calles de Málaga se vieron patos y hasta jabalíes y tuvimos el privilegio, en otra época acallado por el ajetreo de los bares y el tráfico cercano, de escuchar con toda nitidez el canto de los pájaros en rincones antes tan frecuentados como calle Alcazabilla.

Por primera vez en 20 años, durante el confinamiento extremo el autor de estas líneas no pudo salir a la calle a patear Málaga, las circunstancias le obligaron a cubrir la información diaria por teléfono, contradictoria experiencia el teletrabajar para contar lo que pasa al pie de la calle.

Quien salió a trabajar sin descanso, aparte de los profesionales esenciales, fue un grupo de ONG y asociaciones, vecinos que a destajo se encargaron de repartir alimentos poniendo en riesgo su salud. Entre ellos, y a título de ejemplo, el trabajo realizado por Antonio Paneque de OSAH, en Carranque; de Curro López, de la Asociación de Vecinos de Lagunillas, y el de Chicho Marín, Esther Ristori y Juande Villena, que pusieron en marcha la Operación Potito, con la que lograron repartir 20.000 de estos conocidos alimentos infantiles entre las familias golpeadas por la pandemia.

Por otro lado, y en lo más duro del confinamiento, repartió ilusión desde su casa de Barcenillas el titiritero Antonio Pino, que se dedicó a proyectar mensajes de ánimo al anochecer en la pared de un edificio de la plaza de la Victoria. Y en la misma línea, el detalle de Pablo Medina, un quinceañero de Churriana, que varias veces en semana salió a su terraza a tocar la trompeta para los vecinos. Gestos de generosidad para compensar la soledad en mitad de la insólita situación.

Y cuando el estado de alarma amainó, los malagueños descubrieron que el dinosaurio seguía allí, en forma de grandes dilemas urbanísticos en los que el interés general será bastante probable que no prevalezca sobre el económico.

Es el caso del solar del cine Astoria. Por desgracia y pese a la movilización ciudadana, incluidos muchos simpatizantes del Partido Popular, antes veremos a Donald Trump estudiando español que a nuestro infalible alcalde rectificando para que la ciudad disfrute de un parque arqueológico único. Si en el solar no se descubre la ´Dama fenicia de Málaga', se impondrá el proyectado edificio cultural con gastrobares porque el negocio manda.

Lo mismo ocurre con el rascacielos del puerto, con el agravante de que al apoyo de grupo municipal popular se ha sumado el de los socialistas. Tras la Unión Temporal de Partidos con la que propiciaron la hotelera mole de Hoyo de Esparteros, el PSOE y PP han vuelto a aparcar sus diferencias para respaldar lo que terminará siendo un Hotel Málaga Palacio presidiendo nuestra Bahía. Y si el daño no basta, se construirá delante de la Farola, que perderá todo el simbólico protagonismo que ha tenido en los últimos 200 años.

Este atentado urbanístico, denunciado en un informe de 2018 por Icomos -organismo asesor de la Unesco- por su «impacto irreversible» y porque degradará la «imagen y los excepcionales valores paisajísticos de la ciudad, y muy particularmente los patrimoniales», ha tomado impulso a finales de 2020, como aciago colofón al peor año del siglo XXI.

En la mente de nuestros aldeanos cargos públicos sin duda pesa demasiado el ejemplo de Sevilla, que desde hace unos años goza de un rascacielos del montón, también desaconsejado por Icomos. Este es el nivel político y estas son las consecuencias. Dios los cría y el Urbanismo depredador los junta.

Por un 2021 sin mascarillas ni rascacielos cataríes, pero con trabajo y salud para todos y un hermoso parque arqueológico junto a la plaza de la Merced.