Incendio en Sierra Bermeja

Miedo y preocupación antes de volver a casa

Tristeza, resignación y esperanza de que el fuego cese. Esas fueron las sensaciones de las 1.616 personas que pasaron la noche del domingo al lunes fuera de sus hogares

Personas desalojadas desayunando en el pabellón de San Francisco.

Personas desalojadas desayunando en el pabellón de San Francisco. / Álex Zea

Emma Naranjo Smidt

El incendio forestal de Sierra Bermeja, que fue declarado la noche del pasado miércoles, causó la evacuación de seis pueblos a lo largo del domingo. Más de 1.600 personas de Jubrique, Genalguacil, Faraján, Pujerra, Alpandeire y Júzcar tuvieron que abandonar sus hogares «con lo puesto» y un gran sentimiento de impotencia por lo que dejaban atrás. Antes de saber anoche que todos (1.366 vecinos), menos los de Genalguacil, podían ya regresar a sus casas, hablaron con La Opinión sobre esta dura experiencia. «Mi madre y yo teníamos la mesa preparada para comer cuando la Guardia Civil puso las sirenas y avisó de que nos teníamos que ir», cuenta María, una vecina de Faraján. Ella, junto a su madre Josefa, dejó su casa a las 14.00 horas del domingo y se dirigió al polideportivo San Francisco de Ronda, donde se ha creado un dispositivo para atender a las personas desalojadas. Estando allí se enteró de que una de sus fincas se había quemado, sin embargo, decidió centrarse en lo realmente importante, que su familia estuviera a salvo: «Gracias a Dios estamos protegidas y nos encontramos bien, pero sentimos mucha impotencia, sobre todo por lo que se está quemando. No hay derecho a que pase esto en Sierra Bermeja».

El esfuerzo incansable de los alcaldes, las autoridades y los propios vecinos hizo que nadie tuviera que dormir en el pabellón. Los desalojados fueron repartidos entre la residencia de ancianos, el hospital, las casas rurales y particulares y los hoteles, tanto del municipio rondeño como de los colindantes, con el objetivo de que todos pudieran pasar la noche en una «cama de verdad». «Nosotras nos hemos quedado en casa de una amiga de mi madre, pero nadie paró hasta que todos estuvimos reubicados en un buen sitio», explica la farajeña.

Juan, un residente de Alpandeire, también se enteró de la noticia cuando estaba almorzando el domingo. Vivió una pesadilla al ver arder los árboles y animales que le habían acompañado toda una vida: «Eso era un infierno que no se podía ni ver. Se está quemando en media hora el campo que llevamos todos estos años cuidando con tanto cariño». A su lado está Luis, de Faraján, cuya conversación le hizo compañía la mañana del lunes. Hablaron de lo único que tienen en mente , el fuego, que fue pasando de una finca a otra sin parar: «Esta situación se podría haber evitado si todos hubiéramos hecho una limpieza más profunda y continua de los terrenos», afirma Luis. Ante la falta de noticias, ambos pensaban que no iban a poder regresar a sus casas, no el lunes al menos: «Hoy no hay quién nos quite de quedarnos fuera de casa». Finalmente no fue así.

Una gran ola de solidaridad

En las situaciones difíciles los malagueños se vuelcan, una característica que una vez más se ha evidenciado. A Antonio, vecino de Alpandeire, las autoridades le dijeron que debía salir de su hogar por el humo. Él y su mujer no esperaban que ocurriera tan rápido, por lo que apenas tuvieron tiempo para coger sus pertenencias. Tampoco contaron con la gran ola de solidaridad que recibieron, ya que, desde el primer momento, sus teléfonos no pararon de sonar: «Nos han llamado amigos y familiares de Gaucín y Ronda. Con todo lo que está ocurriendo nos hemos sentido muy acogidos, de hecho, hemos tenido que elegir dónde pasábamos la noche, porque nos han ofrecido un montón de sitios para dormir».

La Asociación de Vecinos del Barrio de San Francisco lanzó el domingo un comunicado a sus miembros, los cuales no tardaron en hacer una lista de voluntarios para poder ayudar en la causa. «Los recibimos lo mejor que podemos. Les damos cariño, le ofrecemos todo lo que tenemos aquí y, si nos lo permite el tiempo, nos sentamos a hablar con ellos», explica Tomás, uno de los voluntarios. Para él, su sensación es doble, al sentir tristeza, rabia y desconsuelo por el incendio y todas esas personas que están fuera de sus casas, pero también al estar orgulloso de cómo toda la Serranía se ha volcado: «Eso demuestra que todavía hay masa social. Eso es lo verdaderamente reconfortante».

En el polideportivo de San Francisco no solo ha ofrecido una cama y todas las comidas del día, también ha brindado apoyo psicológico a quiénes lo necesitaran. El Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Desastres (GIPED) del Colegio de Psicólogos de Andalucía Oriental lleva desde el domingo ofreciendo sus servicios y dando pautas para que esta situación se lleve de la mejor manera posible. «Todos vienen con mucho miedo y preocupación por sus animales, sus enseres y sus tierras. Nosotros nos acercamos para ver cómo están, mostrarles nuestro apoyo y acompañarlos, porque lo que están viviendo es una especie de duelo», cuenta Maite Regel, una de las integrantes del equipo psicológico.

«Nos están quemando vivos»

Antonio Jiménez, un vecino de Alpandeire, estaba ayudando a rescatar los animales de un amigo cuando le llegó la noticia del desalojo. Una de sus grandes pasiones es Sierra Bermeja, al llevar más de treinta años estudiándola con la asociación naturalista Sierra Bermeja, lo que hace que este incendio y sus consecuencias las viva con «mucho dolor»: «Llevamos muchos años avisando de que esto podría pasar y finalmente ha pasado. Tenemos muy claro qué es lo que hay detrás de esto, una corrupción política brutal e intereses urbanísticos», explica.

El ambiente en el dispositivo que se ha creado en Ronda mezcla tristeza, resignación y, también, esperanza de que la lucha contra el fuego termine, para que todos sus vecinos puedan volver a sus casas. Una leve lluvia se dejó notar durante el desayuno que recibían los desalojados, lo que hace que crezca esta esperanza: «Ojalá llueva y ayude a todos los que están luchando contra el fuego incansable».