Que Sandro es muy barato y que su continuidad en el Málaga CF es casi imposible son cosas que el malaguismo tiene más que asumidas. Lo que no se puede entender ni aceptar es el lamentable espectáculo que tuvo lugar el domingo por la noche en La Rosaleda en torno al excelente jugador canario, que doy por seguro no tuvo nada que ver en el esperpéntico show de su representante, Ginés Carvajal, y Ronald Koeman, entrenador del Everton y que vino a ver si pescaba al ariete blanquiazul.

Ginés Carvajal, representante en su día de postín ahora venido a menos, hizo que el templo malaguista pareciera una auténtica «feria de ganado». Quiso exhibirse, sentarse a negociar con los mandamases de otro equipo acerca de un jugador al mismo tiempo que éste estaba dándolo todo sobre el césped, tratando de marcar su decimocuarto gol y ofreciendo, quién sabe, su antepenúltimo servicio al club que le ha hecho grande.

Fue una falta total de respeto, una reunión que se podía haber hecho de puertas hacia dentro y que Ginés Carvajal, viejo zorro en esto del fútbol, utilizó para mostrar músculo y hacer saber que es él quien tiene la sartén bien cogida por el mango. En un antepalco, con el partido en juego y a la vista de todo el malaguismo, que ve cómo el jugador más querido y determinante de los últimos años se nos está escapando de las manos sin poder hacer nada.

Dudo mucho que el futuro de Sandro esté en el Everton, club con historia en Inglaterra, con muchos recursos económicos -tampoco hay que ser Amancio Ortega para asumir la cláusula del canario- pero que no está a la altura de equipos y proyectos de otros clubes a los que se ha vinculado el nombre del delantero. Fue, a todas vistas, una estrategia del agente del futbolista para mostrar al mundo que Sandro es suyo y negocia por él dónde, cuándo y con quién quiere.

El Málaga, La Rosaleda y sus 75 años de historia deben estar por encima de personajes del fútbol como éstos, que levitan por encima del bien y del mal. No culpo al club por la lamentable situación que se creó. Por encima está el protocolo, la elegancia y el ser buen anfitrión cuando alguien de fuera viene a tu casa. Que los invitados carezcan de esa elegancia, no entiendan lo que es el respeto a un escudo es solo una cuestión de mala educación.

Bien hizo Míchel el domingo en cambiar el tono de su discurso y apremiar a Sandro y su entorno a tomar una decisión. La Rosaleda es un templo, no una lonja en la que se venda al mejor postor.