En situaciones desesperadas y donde el fútbol no llega, la papeleta la tiene que resolver el corazón. Pero si de salida se tira más de coraje, empuje y testosterona que de argumentos futbolísticos es que algo no está funcionando. Al Málaga CF se le volvió a escapar dos puntos más de La Rosaleda con un empate que no le sirve de nada en su asalto a la segunda plaza. Y quizás hoy aún se preguntará cómo sucedió el enésimo gatillazo en La Rosaleda, si lo puso todo sobre la mesa para ganar, si se vació, si corrió como un poseso e incluso entró al remate sin miramientos. La respuesta está, posiblemente, primero en el temple y el sosiego que no tuvo y después en la calidad o en la forma de exponerla. Y aunque no se les puede achacar ni una pizca de compromiso y de entrega a estos jugadores, sí hay un borrón importante en el debe futbolístico. Difícil panorama para intentar conseguir el ascenso a Primera y para afrontar las diez últimas jornadas, las que decidirán el cielo o el infierno malaguista.

En otras circunstancias, los números deberían ser un argumento sólido para justificar que el Málaga CF mereció ganar. Y la verdad es que expuso más que su rival, un Sporting que aprovechó un penalti absurdo de Adrián para jugar con esa baza todo el partido. Las estadísticas dicen que el Málaga CF tuvo el 70 por ciento de la posesión, 23 remates de los que sólo 5 fueron entre los tres palos de Mariño y hasta diez córners a favor. Para un extraterrestre o para uno de Cuenca que no haya visto el partido, esos dígitos le concederían claro vencedor por puntos al equipo local. Pero la realidad fue otra. Lo que se vio sobre el verde fue a un Málaga CF ansioso, precipitado y carente de claridad de ideas para hincarle el diente al Sporting en los metros finales. Cierta «ontidependencia» y un problema ya arrastrado de todo el curso con el gol. Síntomas inequívocos de un equipo que no está todo lo sano que debería.

El lado de la botella medio llena es que el Málaga CF no está muerto, que quiere agradar y si por los chicos fuera jugarían mañana mismo ya el partido contra el Granada. Ese es un buen clavo al que agarrarse, el de la ambición. Y esa se mostró en el conjunto de Muñiz de salida, encerrando al Sporting y convirtiéndolo en minúsculo.

De hecho, todo iba como la seda hasta que en un acercamiento -no se puede llamar ni ocasión-, Adrián no acertó a despejar y sí a patear la pierna de Traver. Era el minuto 20 y era el primer o segundo acercamiento del Sporting por algunas ocasiones ya claras blanquiazules, como un remate al limbo de Ricca, un casi gol de Alejo o un balón peinado de Blanco.

Djurdjevic lo lanzó de maravilla y evitó la estirada de Munir, que adivinó el lanzamiento. Para estas líneas ya sabrán que el técnico asturiano no dio tregua a los internacionales Munir y N'Diaye, pero sí a Pau. E incluso recuperó a Iván para el flanco derecho en detrimento de Cifu.

El gol lo cambió todo. Quizás no futbolísticamente, porque la apuesta de unos y de otros siguió siendo la misma. Pero al Málaga CF le cuesta un mundo marcar un gol. Y consciente de que tenía que marcar dos para remontar, la ansiedad no tardó en aparecer. No fue hasta el tramo final del primer periodo hasta que el conjunto malaguista amasó un par de ocasiones medianamente claras.

Pero el paso por vestuarios no fue un aliado para reorganizar ideas. Salió de la caseta tosco el equipo de Muñiz. Y el Sporting olió la sangre para ir a por ellos. Paybernes lanzó al larguero en una indecisión local. Traver puso a prueba a Munir. Y Djurdjevic tiró centrado. El Málaga estaba superado por las circunstancias.

Hasta que una entrada de Pablo Pérez a Ontiveros. El sportinguista se fue expulsado (66') y volvía a florecer la ilusión por remontar. Pero duró poco porque Diego, infantil, vio la segunda en un salto sólo seis minutos después.

El partido, sin embargo, había vuelto a cambiar y el Málaga ya dominaba con diez en cada bando. Ontiveros tiró de galones y Mula aportó sangre fresca. Pero no era suficiente. Porque de fútbol este equipo anda justito. Y tuvo que ser como en la vieja escuela, colgando balones y a lo que salga. Y salió que Luis Hernández, en el enésimo intentó del partido, la puso en la testa de Ricca que la peinó para Blanco, que se ganó su sitio y atinó a marcar. En el 83' el argentino ponía fin a su larga sequía de cinco meses sin marcar. Mucho tiempo.

Con el empate el partido entró en estado de locura con los dos equipos a tumba abierta. Pudo ganar el Sporting por medio de una falta de Lod, que fue de nuevo a la madera (90'). Y Mariño sacó un cabezazo de Seleznov en la línea de gol (90'+).

El empate sabe a poco. Pero el resto de la jornada dirá, sobre todo con el partido del Granada en Soria, si es más o menos positivo. Y mientras, La Rosaleda sigue sin ver ganar a su equipo...