Romper con todo. Acabar con las cadenas y dar rienda suelta a la libertad y a la imaginación. Explotar tus virtudes y, sobre todo, disfrutar. Ésa fue la carta de presentación de Víctor Sánchez del Amo con el Málaga CF. Una puesta en escena impecable e inmejorable que ha devuelto la alegría el equipo y el optimismo al malaguismo tras el 1-4 cosechado en Alcorcón. No fue sólo el triunfo, que evidentemente lo fue, sino cómo se llevo a cabo. Un despliegue ambicioso, eficaz y constante que invitar a pensar que no ha sido casualidad, sino causalidad.

El Málaga CF se desató la noche del Viernes Santo de todas sus cadenas. Rompió los corsés y galopó en busca de la liberación. Existe un mundo entre el Málaga CF gris que cayó con estrépito con el Extremadura al virtuoso que goleó al Alcorcón. Evidentemente es sólo un partido y no se pueden lanzar las campas al vuelo, pero sólo el cambio de tendencia ya es reseñable.

Víctor no hizo grandes cambios en el equipo. Apostó por un 4-1-4-1. Dio la alternativa a Lombán, que había tenido muy poco protagonismo con Muñiz, en detrimento de Luis Hernández. Y con ello ganó salida de balón, que hasta la fecha siempre recaía sobre Pau y ahora se repartía entre ambos centrales. Recuperó a Keidi de mediocentro único. Y colocó a N’Diaye más adelantado, aunque con al africano y Adrián ayudando en labores defensivas.

Con el balón rodando, fue un Málaga que salió a morder. La línea de presión fue más alta. A diferencia del Málaga CF de Muñiz, que esperaba acontecimientos agazapado, el de Víctor fue a robarle el balón al rival en su área.

Esa presión alta ayudó a recuperar el balón más cerca del área rival y tener que recorrer hacia atrás menos metros de los extremos, casi siempre enfrascados en funciones defensivas con anterioridad.

De ahí nace el poder tener más libertad los extremos para encarar, crear e incluso ver portería. Por vez primera, Ontiveros y Renato marcaban en esta temporada. No fue casualidad porque ambos fueron puñales por sus bandas. El malagueño fue incisivo como siempre y el viernes tuvo la frescura o la templanza para acabar su eslalon particular con gol. Su tanto de falta fue producto de la confianza que había adquirido con el paso de los minutos.

Ganará mucho el Málaga si sus extremos comienzan a sumar, porque se les presuponía un factor desequilibrante a principios de curso.

El fútbol ofensivo también tuvo un orden. Y es que el Málaga no regaló el balón. Lo movió con criterio, dándole sentido y con orden. Buenas combinaciones, sin presión, sin miedo a fallar y con soltura. Keidi Bare tuvo mucho que ver en ello. El albanés movió al equipo con mucha inteligencia. Se movió a la perfección en su parcela y no se complicó en la salida de balón. Encontró profundidad en las bandas y movilidad arriba.

Por último, otra de las claves en el triunfo malaguista fue la ambición. El Málaga CF no levantó el pie del acelerador tras el 0-1. Ni tampoco con el 0-2. Siguió buscando la meta rival. Con orden pero sin pausa.

Quiso más el conjunto de Víctor, que parecía insaciable. Marcó por vez primera esta temporada cuatro goles, pero pudieron ser algunos más -hubo un penalti no señalado por manos de Laure o un mano a mano fallado por Ontiveros-. Blanco Leschuk, el goleador del equipo, no marcó, pero cuajó un partido inmaculado porque estuvo presente en dos de los goles.

El Málaga CF de Víctor ha marcado un camino. En sus manos está seguir esa senda o quedarse sólo con el efecto revolucionario del cambio de técnico. En cualquier caso, el viento ya ha cambiado en Martiricos.