Hace apenas cuarenta y ocho horas tenía toda las papeletas para revelarse en un señuelo, en uno de esos globos sonda que se lanzan para reblandecer la apatía del verano. Se hablaba de una broma de mal gusto, de ecuaciones rocambolescas que incluían el aniversario del presidente e, incluso, a David Cameron. Durante unas horas todo fue posible. Luego, como suele ser habitual, llegó la Casa Blanca: los americanos esta vez no pasarán de largo. La familia Obama veraneará en Benahavís, una población situada entre Marbella y Estepona, en el área más exclusiva de la Costa del Sol.

El escenario será el hotel Villa Padierna. La elección se debe a la categoría del complejo, pero también a sus espaciosos campos de golf, una de las pasiones de los Obama. El presidente, en principio, no podrá medir su swing de líder del G-20 frente a las costas de Málaga. La agenda oficial le deja en tierra y habla de una expedición integrada por la primera dama, su hija Sasha y un grupo de amigos. Suficiente como para reservar alrededor de medio centenar de habitaciones.

La de Barack es todavía una ausencia que está en el entredicho. El mandatario cumple 49 años el mismo día en el que está previsto la llegada de su familia a la Costa del Sol, a excepción de su hija mayor, enrolada en el ceremonial anglosajón, a menudo pastoso, de los campamentos de verano. No se descarta que el presidente se anime a la escapada, aunque con la reforma financiera y la cumbre africana parece, en principio, poco probable.

Michelle permanecerá en el país hasta el 8 de agosto. De su calendario de actividades, sólo ha trascendido un encuentro con los Reyes de España, que se producirá en Mallorca. A diferencia de otras celebridades, su reserva en un hotel de lujo de la Costa del Sol no ha venido acompañada de peticiones especiales. Ni manantiales de champán ni ausencia de plantas, como requirió su compatriota Michael Jackson. Coincidirá, eso sí, con Eva Longoria y Antonio Banderas, que acudirán esos días a una gala benéfica que se celebra en el hotel que acogerá a la primera dama.

La visita parece una veleidad de la emperadora, pero los Obama no son de ese tipo de turistas que se apuntan a la moda de las últimas rebajas. El andamiaje de la presidencia necesita tiempo para mover la maquinaria. Los primeros contactos se produjeron hace ya casi cinco meses e implicaron, incluso, a los representantes turísticos de la Junta de Andalucía. Según fuentes del sector, fue un amigo personal de la primera dama el que le sugirió el destino después de reemplazar el bullicio de Washington por las playas de Málaga. A estas alturas, más de un empresario andará buscándole para ponerle un busto en mitad de la arena.

No es que las vacaciones de los Obama representen un nuevo plan Marshall, pero sí se pueden declinar como una subida de autoestima para un sector interesado en manejar el timón de la nueva economía. La Costa del Sol está acostumbrada a recibir personalidades, el problema está en la última década. La visita de Michelle servirá para lustrar su identidad, golpeada por la cultura del ladrillo y la farándula. Rafael de la Fuente, una de las grandes referencias de la industria, mostraba ayer su entusiasmo por el regreso al cauce tradicional de la marca. Sus años en la brecha turística le hicieron testigo de la presencia de la reina Ingrid de Dinamarca, del duque de Windsor.

De la mano de su portentosa memoria, se pasa revista a las vacaciones en la Costa del Sol de personalidades como la princesa Lady Di. Y no fue la única que espolvoreó la arena de Málaga con sus toallas diplomáticas. A la aristocracia de Arabia Saudí se suman, entre otros, el mismísimo Charles de Gaulle, que retocó sus memorias en Marbella, o Juan Domingo Perón, que quiso deslumbrar a Evita con un cheque para adquirir el hotel Pez Espada. También George H. W. Bush, o el malogrado líder cubano Fulgencio Batista, que se trasladó a la provincia tras el ascenso de Fidel Castro. Las vacaciones de los Obama obligan a refrescar el álbum.