El conocido como el crimen de la Guardia Urbana se ha alzado como una de las series españolas del momento de Netflix. Tanto que la tenemos por partida doble en la plataforma. Dos visiones muy distintas de los mismos hechos. Contrapuestas pero también complementarias. Por decirlo de una manera simple, una sostiene la tesis de la culpabilidad de Rosa Peral en el asesinato de su pareja y narra los hechos en forma de ficción. En El cuerpo en llamas, se nos presenta una femme fatal que logró embaucar a su amante y compañero de trabajo (al que cariñosamente llamaba tontolbote) para matar a la actual pareja de ésta. La otra es una película documental en formato true crime (Las cintas de Rosa Peral) que aporta la novedad del testimonio de la propia Rosa Peral desde prisión y en la que (sorpresa) se viene a cuestionar el resultado del juicio y a sostener que no era tan culpable como la pintaban las acusaciones. Al menos no sería tanto culpable como víctima. Ambos títulos se han alzado como los títulos más vistos de la plataforma a lo largo de esta semana, logrando que Rosa Peral vuelva a romper su silencio de prisión para arremeter contra la obra de ficción protagonizada por Úrsula Corberó, tras haber tratado sin éxito frenar por la vía judicial el estreno de la serie de ficción.

Dos versiones para un mismo hecho. En una Rosa Peral es inocente, en la otra es culpable. Si esta versión no te gusta, aquí tienes la otra. Y todos contentos. El principal problema de estas series basadas en hechos reales recientes es que sus autores muchas veces se ven limitados para contar lo que querrían contar si no quieren meterse en líos legales. A la ficción se le exigen determinadas ocasiones una serie de cosas que a un documental no. El propio fiscal del caso lo dice en el reportaje. En el Derecho Penal no se necesita demostrar los por qués o el móvil, basta con demostrar la culpabilidad. A cualquier serie de ficción no entrar en las motivaciones de los personajes dejaría la historia coja o con problemas de verosimilitud en su argumento.Aunque lo cierto es que tanto el documental como la ficción cogen aquellos elementos que les interesan para defender su tesis y descartan lo que les molesta. De esta manera, la serie se toma la libertad de prescindir de los apellidos reales de sus protagonistas. cambiar los nombres reales de algunos de sus personajes o algunas de sus circunstancias personales e incluso introducir otros nuevos que son puramente de ficción. Según parece, la tenaz investigadora que resuelve el crimen no existió como tal y es una amalgama de todos los agentes que intervinieron en el caso. Algunos actores guardan similitud física con sus contrapartidas reales, otros no tanto. La elección de los actores ha sido muy acertada. Además tenemos un caso de metaficción cuando pensamos que Tokyo ya mató a Gandía en La casa de papel.

Para los seguidores de esta historia hay una tercera pata en la competencia, la serie documental realizada por Carles Porta hace dos años titulada El crimen de la Guardia Urbana, que se convirtió en un fenómento en TV3 y que está disponible en Movistar y que es la que trata de ofrecer todas las versiones en estos hechos. Porque en este crimen había un segundo acusado y su versión ni siquiera se nos expone mínimamente en el documental, cuando estamos en un acusado en el que los dos implicados se culpan el uno al otro.

El problema del formato true crime es que cuanto más recientes sean los hechos, y además unos de una naturaleza tan delicada como éstos, más posibilidades hay de que se ofenda a algunas de las personas directamente involucradas en los hechos. Pero, ¿tendría la misma repercusión contar esta historia dentro de 25 años? El éxito del género documental ha provocado que muchas productoras se pongan a bucear entre las hemerotecas en busca de historias que llevar a la pantalla. Algunas muy conocidas que son examinadas desde nuevas perspectivas.Incluso en hechos que no tienen nada que con sórdidos crímenes han ocurrido polémicas sobre hasta qué punto debe ajustar una ficción a la realidad. Como por ejemplo le ha pasado a Netflix con The Crown y sus polémicas con la Familia Real británica a cuenta de los episodios que narran sobre la relación de Carlos y Lady Di. Pero una cosa es eso y otra entrar a explicar si alguien mató a otro o no. Y más si ese alguien ha salido absuelto por falta de pruebas pese a que no eran tan inocente como decía la sentencia. Sería meterse en un verdadero berenjenal. Es algo que conseguía de manera magistral Ryan Murphy con el proceso a O. J. Simpson en American Crime Story. A veces se opta por inspirarse en los hechos reales pero cambiar las identidades y el entorno de todos los protagonistas para decir aquellas cosas que no se podrían decir en el caso de usar sus identidades reales. Sin embargo, el crimen de la Guardia Urbana tenía tantos elementos jugosos que a lo mejor no hubieran sido creíbles contadas como si se tratara de una obra de ficción.

No seguí el caso de Rosa Peral muy por encima en su día, salvo algún titular o alguna crónica de la investigación. Por lo que lo que he podido conocer es por lo que las dos series de Netflix me han contado. El cuerpo de Pedro Rodríguez, agente de la Guardia Urbana de Barcelona, fue hallado calcinado en el maletero de un coche el 4 de mayo de 2017 en las inmediaciones del pantano de Foix. De no ser por un tornillo que tenía en la espalda por una operación de columna, los Mossos nunca lo hubieran identificado. Bastó con desvelar su identidad y establecer su relación con los otros dos acusados para que las piezas del puzzle encajaran y se les pudiera condenar por una prueba de indicios que llevaba inexorablemente hasta ellos. Porque sino había pruebas directas es porque los acusados ya se encargaron de que las hubiera. Bastó el que las Fuerzas de Seguridad rascaran un poco en el tipo de relación que había entre los implicados. La serie rehuye de intentar mostrar cómo fue el crimen y se ciñe a los hechos que quedaron probados en la sentencia. Incluso deja un resquicio a la propia versión de Rosa cuando tras el veredicto vemos la reacción de la policía que llevó la investigación al ver entre quienes están celebrando la condena al implicado en el caso de una pornovenganza que denunció la agente. Un plano con el que se deja la duda de que a lo mejor podría haber detrás de todo un trasfondo mucho más complicado que lo que se ha percibido a simple vista.

El documental recurre a la trampa de insinuar que a Rosa se la juzgaba por su promiscuidad sexual y no si realmente cometió o no el delito. Como si estuviéramos ante un nuevo caso de Dolores Vázquez. Y de esta manera, la acusada se convierte en víctima. Pero ser víctima de un delito, no exonera de haber cometido un asesinato. Peral asegura que fue Albert, su examante, quien mató a Pedro y que ella se vio atrapada en una situación de temor a las represalias. Esta explicación del miedo insuperable choca el que los mensajes entre ambos apuntaran a que estaban planeando una escapadita a Port Aventura después del crimen. O que los dos se habían ido juntos a una fiesta con más policías la noche en que apareció el cadáver, aunque mi fuente para este dato es la serie. El fiscal también lo explica muy bien. En el proceso, no se juzgaba la promiscuidad sexual de Rosa. Lo relevante para el caso es cómo ella utilizaba el sexo para que Albert le ayudara. De hecho, la versión de él es que fue Rosa quien mató a Pedro y que le habría llamado para deshacerse del cadáver. Pero con las pocas pruebas que había era una quimera llegar a saber qué papel tuvo cada uno en el crimen. Y más teniendo en cuenta que en España los acusados tienen derecho a mentir para defenderse. La jugada maestra del fiscal consistió en que bastaba con demostrar que los dos participaron. Y esto lo dice alguien que ha estado más de veinte años escribiendo información judicial, raros son los casos en los que un jurado condena existiendo una mínima duda. A veces pasa, pero por lo general pocos se atreven a mandar a alguien 25 años a la cárcel a no ser que lo tengan muy claro.