Hablo, canto y cuento de una juventud malagueña, de aquí mismo, de ahora, de entre nosotros. Lo primero será para decir que a veces se nos va la boca a los adultos cuando hablamos de jóvenes de hoy y vamos y los metemos a todos en el mismo sayal. Y no hay nada más injusto. Entre los jóvenes pasa y corre lo mismo que entre los adultos y entre los ancianos: que hay de todo. Porque adultos indeseables, ya me dirán, ancianos con menos vergüenza que el palo de un gallinero, más de tres y así lo que ustedes quieran. Hablo de juventud en esta columna juliana, tórrida y primisemanal porque la semana pasada ha sido pródiga en hechos muy destacables, protagonizados por jóvenes malagueños y de los que este escriba ha sido testigo. Cito en primer lugar a los que creo que son dignos de encomio, aplauso, incienso, flores, papelillos y serpentinas. Mis ojos han visto como jóvenes, que han trabajado muy duro y han estudiado como posesos, han aprobado las, muy célebres y muy dignas de estudio y consideración en otro artículo, oposiciones al cuerpo de profesores de enseñanza secundaria. Un par de chicos y chicas que han ido a cara descubierta, sin currículo, sin interinidades previas, sin saber siquiera de qué iba aquello de examinarse; sólo ha sucedido que se han pasado nueve meses estudiando a razón de diez o doce diarias y los tribunales correspondientes, justos y dignos, se lo han reconocido. A otros jóvenes los he visto ordenarse sacerdotes, de otra chica he sabido que ha recogido de manos del Rey su nombramiento de juez, otro ha aprobado el ingreso en el cuerpo diplomático, otra ha terminado brillantemente su licenciatura en no diré que materia y ya anda preparando sus oposiciones a un altísimo escalón de la administración del estado. Jóvenes malagueños con los que, naturalmente da gusto conversar, oír y aprender de ellos. Que vaya si aprende uno, cuando tiene las orejas bien estiradas.

Lejos de esta juventud que huye de la quema, en la que otros andan inmersos, he sabido de grupos de antropoides que se dedican llana y simplemente al destrozo, al vandalismo, a la barbarie porque se aburren y hace mucha calor. Son mandriles, que se saben impunes, criados en las zonas más exclusivas de nuestra capital. Sí, exactamente ahí, en donde usted piensa. En ese barrio de alto standing que usted sabe y yo conozco. Estas criaturas, con un nivel de violencia que puede llegar a preocupante, no son ni más ni menos que productos de una deseducación y de un abandono manifiesto, fundamentalmente por parte de sus progenitores. Los nenes se les han ido de las manos por la sencilla razón de que nunca en ellas los tuvieron. Si se les añade la deseducación en valores, en la que andamos inmersos, como la disciplina, el esfuerzo, la autoridad y la responsabilidad el cóctel está presto para saltar por los aires. Dios los asista porque el futuro, más o menos inmediato, lo tienen crudo, duro y más que penoso.

Podría escribir tres artículos sobre estos ejemplares de la raza humana que gozan y sueñan con volver a Atapuerca. Pero otra vez será. Hoy marco y subrayo a los primeros. A los que han sobrevivido a un ambiente en el que la excelencia, el gusto por las cosas bien hechas y la sana ambición no es moneda al uso y es por eso que yo, al menos por una semana, los nombro malagueños ejemplares. Me saco de la manga este título y se los doy, encantado, gustoso y orgulloso de haberlos conocido y tratado. Ánimo chicos, adelante, enhorabuena a todos y por mor de vuestra hazañas y méritos, los adultos malagueños, de ahora en adelante, nos tendremos que tentar la ropa antes de hablar de la juventud, así en genérico. Gracias.