La solución final del secuestro del Alakrana despeja uno de los nubarrones de la actualidad, al tiempo que da ocasión para ratificarse en ese juicio tan repetido (por mí) de que éste es un país especialista en crearse problemas o, como en este caso, en extremar la tensión generada por los problemas reales. Ha sido un mes y medio de comportamientos increíbles por casi todas las partes, con rectificaciones posteriores y con actitudes muy alejadas de lo que debería ser un tratamiento sosegado e inteligente de las grandes y pequeñas crisis que nos asaltan en el camino. Y la liberación llega en el momento en que uno permanecía perplejo y acongojado desde que conoció la decisión de USA y de China de cargarse las esperanzas planetarias que habían sido depositadas en las perspectivas de un acuerdo suficiente para afrontar el calentamiento global que nos puede llevar al desastre en no muchos años. Por eso, me permitirán los lectores hoy esta mezcla de alegría por lo del atunero y de consternación por el anticipado fracaso de la cumbre.

No quisiera yo caer en el pesimismo histórico que derivaría de una decepción y una descalificación rotunda de Obama, el hombre que hace un año había concitado la admiración universal. Pero no puedo evitar lo de una importante decepción, por mucho que sepa que la culpa entera no es suya sino de la cerrazón de su Senado y de la posición irreductible de China. Sea como sea, creo que andarse con pasos atrás y vacilaciones en el peligro más capital que amenaza al mundo es algo que debería hacernos reaccionar a todos y suscitar una respuesta contundente de la comunidad internacional. Vamos a ver qué resultados dan estos movimientos de la UE y la ONU para paliar el desaguisado de USA y China, teniendo siempre presente que caminamos hacia una catástrofe total del planeta Tierra, lo que hace increíble la ceguera, la pasividad, la maldad y la imbecilidad de tantos y tantos. Es necesario movilizarse.