Pocos galgos están tan gordos. Antonio «jornalero andaluz» Romero ha presentado en Málaga sus memorias de galgo de la política. Vienen de la mano negra de una periodista tan blanca como su compromiso con la humanidad de su oficio; y de humanidad tan atractiva como ella misma, Esperanza Peláez. A Antonio Romero no hay Parkinson que le aparque, padecimiento que le confirmó el prestigioso jefe de Neurología del hospital Carlos Haya, Óscar Fernández. Quizá esté más lento a la hora de atrapar la liebre pero no a la de descubrirla. Su memoria es un grifo abierto del que mana historia de España y de parte del extranjero, como nunca dirían los libros de Historia.

No caben los matices suficientes en un artículo como éste para demostrar que el reconocimiento a quienes se nombra no es necesariamente ciego. Ni está rendido a la brillante capacidad innata del personaje protagonista de derramar titulares políticos que llevarse a la boca, como lomo en manteca informativa entre pan y pan envuelto en papel de periódico. Pero sí cabe el afecto, por encima de todo lo compartido y lo no.

Miro a Antonio en las fotos siendo casi un niño con sus hermanos y ya acariciando un galgo en Humilladero. Paso rápido un puñado de páginas y está con su bigote junto a la barba aún no rala de Fidel Castro, a quien hoy sigue considerando un revolucionario. Yo ya tampoco.

Le he mirado sonreír con compañeros de los de antes, aunque «nosotros –ellos–, los de entonces, ya no somos los mismos». Le veo entre aquel Tomás García del PCE y José Luis García Arbolella, por ejemplo. El bueno de García, que se quitaba la chaqueta para dársela a un pobre –es literal–. Y el sólido Arbolella, por entonces médico en Carlos Haya, que viajaría políticamente hasta el PSOE, sería más de una década consejero de Sanidad de la Junta, y hoy, mi amigo.

Será cosa, afortunada, de la Peláez que en otras fotos Antonio esté junto a Trillo o Aznar; o con el Rey que él sueña en destronar con una caricia, suave, eso sí, de la tricolor. Al fin y al cabo, así se escribe la Historia, y su propia historia así la ha escrito él. En las fotos sólo noto una ausencia clamorosa, la de Felipe González, a quien sigue considerando el responsable de haberse quedado sólo en «alcalde moral» de Málaga, en favor de la alcaldesa Celia Villalobos, ganadora en su primer mandato por mayoría no absoluta. Falta un Felipe González que tampoco olvidará la caña que Romero le dio con el GAL, mordiéndole veloz desde la izquierda en la peor etapa de la que empezó siendo para muchos otra gloriosa en 1982.

Incluso hay una foto en el libro con un vicepresidente comunista chino que es clavado a Lopera, el del Betis. Pero la mejor es ésa en la que Antonio está con su mujer, Carmen, sentada en un caballito de cartón piedra en una fiesta del PCE cuando, al fin, y todavía, ser comunista era una fiesta. La política hoy es de cartón; pero aquel jornalero, para bien o no, sigue siendo de piedra.