Esta semana ha tocado mirar atrás. Las imágenes en blanco y negro han vuelto a ser actualidad y los políticos que hace treinta años se sentaban en los bancos del Congreso de los Diputados han recordado un día y una noche que les marcó para siempre. A ellos y a todos los españoles. Tres décadas después del 23-F, los líderes políticos se felicitan de que la democracia triunfase y del desarrollo que nuestro país ha experimentado desde entonces. Los avances son obvios y hay motivos para sentirse más que orgullosos, sobre todo viendo el difícil camino que aún tienen por recorrer otros muchos países en los que la palabra democracia aún es un concepto sin estrenar.

Sin embargo, las elecciones están demasiado cerca y los políticos actuales guardan sus mejores palabras para recordar el pasado, mientras meten la pata en el presente. Ni siquiera esta semana han podido algunos estar a la altura de sus cargos, protagonizando en cambio episodios ridículos. El primero llegó de boca de Celia Villalobos, diputada y exalcaldesa de Málaga, que la lió al hablar de «tontitos» en un debate sobre discapacitados en el Congreso. Dicho así suena fatal, aunque Villalobos aclarara después que en ningún momento usó este término para referirse a las personas con algún tipo de discapacidad. Dijo «tontitos», sí, pero al recordar como se les llamaba en el pasado cuando no se les integraba ni nadie se ocupaba de sus derechos. Eso es otra cosa y queda aclarado. No obstante, ¿era imprescindible excusarse diciendo que hablaba de forma coloquial, «como se habla en mi tierra»? Excusas aparte, lo cierto es que la malagueña estuvo desafortunada y además repitió metedura de pata al llamar «fascista» al presidente del Congreso, José Bono, que le recriminó sus palabras. Con este otro insulto, Villalobos tampoco quería relacionar al socialista con el significado literal del término, según dijo, sino que lo usó como sinónimo de «arrogante» o «prepotente». Está visto que el uso correcto del lenguaje no es lo suyo por mucho que lleve toda una vida dedicada a la cosa pública.

Ya en Málaga, también hemos tenido que contemplar esta semana como el pleno municipal era escenario de debates muy alejados de los que se ansiaban cuando la democracia aún era un sueño. Y es que hay temas que no parecen propios de este contexto, como la moción presentada por el PP para reprochar al concejal socialista Sergio Brenes que la casa de sus padres lleve quince años con una escalera de acceso que ocupa ilegalmente la acera. Y mucho menos cuando ya hay una orden de demolición de Urbanismo que el edil implicado ha asumido. Los ciudadanos estamos más que acostumbrados a soportar que el debate electoral lo inunde casi todo, pero al menos es exigible un poquito de nivel en las discusiones.

Han pasado 30 años desde que se evitó que la incipiente democracia se quebrara, pero parece que aún queda un largo camino por recorrer para que podamos estar orgullosos de los políticos también en el día a día y no sólo en los grandes acontecimientos.