Málaga no es Holanda ni Berlín. Pero poco a poco comienza a parecerse a estas ciudades donde es normal ver a estudiantes, a amas de casa, a ejecutivos y abuelos, recorriendo las calles en bicicleta. Ese hábito europeo, a salvo de robos y que suele simultanear las dos ruedas con el metro y los autobuses, se está extendiendo en este país colapsado por la crisis y por la amenazante economía cuyo afilado filo llevamos todos a la altura de la garganta. No hay dinero para gasolina o hay que racionarlo; el precio de los párkings suele ser abusivo; estacionar por libre es bastante complicado y la gente, bastante crispada, empieza a pasar del estrés del tráfico y del tiempo que, de lunes a domingo, nos adelanta la sombra y los sueños por dónde quiere. Estos motivos favorecen que aumente el número de ciudadanos (en Barcelona un 34%, en Sevilla otro tanto) que utilizan el vehículo inventado por el barón Carl von Drais en 1817 y perfeccionado en 1839 por el escocés Kirkpatricck Macmillan. Cada mañana, Javier se ajusta la corbata, se abrocha la chaqueta y se coge con pinzas los bajos del pantalón de su traje para cruzar los kilómetros que separan su casa de la sucursal de Caja Madrid en la que trabaja. Lo mismo hace mi amiga Pepe, una creativa publicitaria, que sale muy temprano en su bici y aprovecha para contar en su blog los fogonazos que atrapa con su cámara de fotos. mientras pedalea desde El Palo hasta el centro con una sonrisa como timbre. También conozco a una familia que todas las mañanas compone una escapada formada por el matrimonio y los dos hijos montados sobre dos ruedas camino del colegio y de sus empresas. Si alguien los ve poco después, en sus puestos de trabajo, con su indumentaria elegante, nunca pensaría que son ciclistas urbanos, que han aprendido a que las agujas del reloj de su tiempo sean dos ruedas y sus piernas el motor que los lleva y los trae. Como ellos hay muchos malagueños. Y también están los que todavía no han pasado de usar la bici en fin de semana a usarla a diario, pero todo se andará.

Ahora que las obras del metro pierden velocidad y el futuro se atasca en el túnel oscuro de la crisis y el toque a arrebato de la austeridad institucional, viene bien recordar que hay otros medios de transporte más económicos y saludables como las bicicletas y el autobús. Dos excelentes alternativas con problemas que ajustar y mejorar. Los autobuses deben acortar su intervalo (hay líneas que sobrepasan los quince minutos) e incluso reconvertirse en microbuses para según que trayectos, además de habilitar espacios para que los usuarios puedan subir su bici (en el caso de que prefieran alternar la fórmula mixta de transporte). Lo mismo que hay que delimitar mejor los carriles-bici y su convivencia con los peatones, especialmente en las aceras que no son el espacio más idóneo, sin olvidar la conveniencia de potenciar una educación para este tipo de movilidad. De momento son más los ciclistas que invaden las zonas peatonales con demasiada velocidad y falta de educación que los que circulan sin amenazar al prójimo de a pie. Y por último es necesario, en el caso de las bicicletas, que aumenten las zonas de aparcamiento y su seguridad para evitar los habituales desguaces. En cualquier caso, una ciudad como Málaga, lineal en su mayoría y con espléndido clima, favorece el uso de la bicicleta y también debería promover la cultura peatonal. Andar y moverse en bicicleta son prácticas más que saludables; favorecen el ahorro económico y son dos espléndidas maneras de disfrutar de la ciudad, de liberarse de la tiranía del tiempo desbocado que no conduce a ninguna parte. Esperemos que la Décima Semana de la Movilidad que comienza hoy y acabará el próximo sábado y que el pionero colectivo Ruedas Redondas, contribuya a extender el razonamiento de que las bicicletas no son para el verano y que su uso es una excelente manera de mejorar la respiración de la ciudad y de gozar de una vida sostenible.