El pasado sábado se reunió el comité director de los socialistas andaluces para proclamar a nuestro secretario general, Pepe Griñán, candidato a la Presidencia de la Junta de Andalucía en las próximas elecciones autonómicas. El comité se celebró en un hotel de Sevilla en el que ya nos hemos reunido otras veces, aunque esta vez el pasillo de acceso al salón de reuniones tenía una decoración especial, una larga moqueta verde que asemejaba a una autovía con rayas blancas en la calzada y sus carteles de señalización por encima de nuestras cabezas.

En los carteles se podía leer: «progreso», «educación pública», «sanidad pública», «empleo», y por encima de todos ellos un lema común, «hagamos nuestro propio camino».

Antes de que, con la mirada de un sociólogo curioso de los temas electorales, me diera tiempo a preguntarme qué efecto tendría el lema en las personas que lo escucharan y lo leyeran, el lema me trajo un pensamiento a la memoria, un pensamiento lejano que me hace sonreír casi con la misma sonrisa con la que hace más de treinta años lo pensé por primera vez.

Íbamos mi padre y yo por la calle Larios, y nos encontramos con un viejo conocido de mi padre, un oficinista capitalino bien trajeado, que lo saludó con un «¡hola cateto!», con ese tono entre amigable y condescendiente con el que algunos de los de la capital se dirigen a los de los pueblos. Mientras mi padre y aquel hombre charlaban, se nos acercó una pareja de extranjeros que se dirigieron al hombre del traje y le preguntaron algo en un idioma distinto al nuestro. Aquel hombre levantó la voz, con esa reacción en la que algunos confunden la dificultad en la comprensión del idioma con un problema de oído, sin que ni el oficinista ni los extranjeros llegaran a ningún entendimiento.

Entonces mi padre, en el tono normal de una conversación, le habló a aquella pareja en alemán; los turistas sonrieron aliviados y le preguntaron lo que andaban buscando. Entonces caí en la cuenta de que en aquellos años estadísticamente en cualquier pueblo de nuestra provincia era más probable dar con alguien capaz de entenderse en alemán o en francés, que en la capital. Casi todos los hombres de la edad de mi padre, y muchas mujeres de mi pueblo, habían viajado, conocían los países más avanzados de Europa, chapurreaban o incluso hablaban aceptablemente sus idiomas, se habían afiliado a los sindicatos y hasta habían tenido experiencias de campañas políticas democráticas. El hombre del traje no fue consciente de lo que acababa de vivir, y siguió hablando con su condescendiente aire de superioridad capitalina, pero yo no cabía de orgullo mirando a mi padre.

Todavía hoy hay personas que con traje de negocios, o de montar a caballo, nos miran a los andaluces como aquel hombre miraba a mi padre, sin comprender el valor de lo que tienen delante. Durante tres décadas el camino político de los andaluces ha sido el de socialismo democrático, un camino que a algunos les parecía lento y a otros equivocado, pero que es el mismo camino que llevó a los países del centro y del norte de Europa a niveles de libertad y prosperidad que nunca se han alcanzado por ningún otro camino, un camino en el que también nosotros hemos avanzado mucho.

El sábado escuché atento las palabras del presidente Griñán, que hablaba en el mismo tono amable y sereno que le habló mi padre a aquella pareja de alemanes perdidos en la Málaga de los años setenta, con el lenguaje llano y seguro de quien conoce el idioma y el camino. Hagamos nuestro propio camino, pensé, porque es muy probable que dentro de unos meses haya en Alemania y Francia gobiernos socialistas, y si algunos de sus líderes vienen por esta tierra, es más que posible que encuentren a un presidente de la Junta que hable su mismo idioma político. Para que luego digan.

José Andrés Torres Mora es diputado y portavoz socialista en la comisión de Cultura del Congreso