A veces, personajes que la Historia dejó irremisiblemente atrás, pueden volver por escaso tiempo a la actualidad en un ardid de macabro ritual que puede llegar a causarnos un cierto sobresalto. Setenta minutos le fueron aún concedidos a Rodríguez ZP en el 38º Congreso del PSOE. Y fueron setenta minutazos de autojustificación, de autoencomiables «ampliaciones de derechos civiles», un largo espacio de un fácil discurso enésimamente repetido donde los hechos reconstruidos, convenientemente maquillados y novelados sin pudor aún nos pueden llegar a hacer sonreír.

Es una sonrisa amarga, eso sí. La alta jefatura saliente ha dejado el país al borde de tantas graves situaciones que solo enumerarlas o calificarlas puede causar aún más perjuicio. Son unos tiempos en que España anda sacudiéndose del descrédito y la torpeza con una cierta prisa y ansiedad. Y es que el político que nunca salió de su burbuja volvió a intentar dar lecciones de habilidad, transparencia y grandes principios. En ningún momento hizo referencia a la frivolidad que acompañó a tantas y tantas decisiones, a su pródigo comportamiento en el gasto público, a su negativa inamovible a pactar o consensuar ningún tipo de decisión, a sus mentiras en torno a las negociaciones con ETA, a sus grandes errores estratégicos en las relaciones internacionales o a su decepcionante y patético transcurso por la presidencia temporal de la Unión Europea, función en la cual no le fue concedido ni si quiera el espacio protocolario de presidente. Demasiados coincidentes se guardaron de él en todas las ocasiones para que, tras sus arregladas palabras, podamos recordar su tiempo de otra manera.

Corría el año 2000 cuando, pírricamente y contra todo pronóstico, se alzó con la victoria en el correspondiente congreso del socialismo español. Y su puesta de largo más sonada sin duda fue poco después, al mantenerse sentado ante el paso de la bandera estadounidense en un irrespetuoso acto lleno de inconveniencia, irresponsabilidad y algo de soberbia. Y las cosas de la Oposición no fueron demasiado bien. El Partido Popular con un gobierno aún emergente e imperfecto, sin duda, era saludado dentro y fuera de nuestras fronteras acomodado en una buena situación económica y social. Pero la solidez aparente se vino abajo en marzo de 2004 ante el gravísimo atentado de Atocha. La convulsión sociológica que trajo consigo la terrible escalada terrorista dio a Zapatero la oportunidad que nunca podía imaginar y fue Presidente de Gobierno. Cuatro años después, ante unas encuestas que reflejaban un irremisible empate técnico o hasta aritmético y con un candidato socialista que no había conseguido que se atisbara con seguridad una nueva victoria, otro atentado asesino en plena campaña electoral dio al traste con la vida del exconcejal socialista don Elías Carrasco q.e.p.d. La anómala situación decidió a los responsables a suspender los actos de campaña y ZP volvió a ganar. Lo hizo por poca diferencia, en peores condiciones que ninguno de sus predecesores, pero se hizo de nuevo con la jefatura gubernamental.

Son pues tres momentos clave, milagrosa victoria sobre su oponente, Bono, obtención de una minoría mayoritaria socialista inesperada tras los atentados de Atocha y de nuevo conseguir ganar en 2008 en un proceso lamentablemente salpicado por una terrible muerte. Estar en el sitio indicado en el momento oportuno es algo que sí ha hecho este extinto dirigente. Estar al frente de un indiscutible gran partido político en los momentos más álgidos también. Administrar lo uno y lo otro, partido y gobierno, con torpeza y desahogo es ya un hecho probado.

Así que va siendo hora de que ya no nos lo expliquen, que nadie ya se justifique, que no nos diga ZP ahora que se ha marchado porque él es «un firme defensor de la limitación de mandatos», que omita su reiterado llanto por haber tomado medidas de ajuste y decir ser víctima de ello, que no siga refiriéndose a la crisis económica mundial como un fenómeno ajeno que se llevó «sus grandes logros» por delante, es hora de perder de vista al político que confundía el planeta con un puñado de tierra y es que ya es tiempo de que los cómics o tebeos no estén más en la mesita de noche del jefe del Gobierno sirviéndole de inspiración, porque el mundo real necesita de mucha más preparación, profundidad y sentido común.

Fueron solo setenta minutos, largos, interminables, por momentos, aterradores. Han sido el epílogo del que dañó gravemente al Partido Socialista e hizo lo propio con la responsabilidad del Estado. Los aplausos que coronaron su intervención fueron oxígeno, adiós Sr. Rodríguez Zapatero, su tiempo ha terminado.