La expropiación de malos modos de Repsol estaba cantada. Y debía haberlo visto también nuestro Gobierno. ¿Para qué pagamos, si no, a un servicio diplomático?

Desde el momento en que uno vio en una foto a nuestro ministro de Exteriores con gesto adusto levantar su dedo acusador, como quien lee la cartilla a un niño díscolo, era evidente que la causa española estaba perdida porque estaba envalentonando a la populista.

Se puede y debe defender a una empresa española, aunque lo sea sólo en parte, pero presentar esa defensa como la de la nación en su conjunto es ponerse a la misma altura que el otro Gobierno.

En todo caso, la peor táctica que podemos adoptar frente a cualquiera de las antiguas colonias es la amenaza verbal. No sienta bien el bronco tono de voz de los políticos de nuestra meseta cuando aleccionan a los latinoamericanos. ¿Por qué no gustan allí nuestros doblajes o las series de televisión con recio acento castellano?

Quienes hemos tenido ocasión de viajar por aquellas tierras y tratar con sus diplomáticos y empresarios, sabemos lo antipático que les resulta a veces ese tono y esa actitud como de nuevos conquistadores que adoptan con frecuencia muchos de los nuestros. De esto saben mucho los emigrantes gallegos que se han forjado una vida allí.

Lo que uno no acaba de entender es cómo ante un problema como el que representaba la amenaza sobre Repsol y conociendo el peor populismo que se gasta su vocinglera presidenta, no se fio todo, desde el principio hasta el final, a discretísimos canales diplomáticos en lugar de amenazar con represalias y arriesgarse a hacer luego el ridículo.

¿Se sintió acaso jaleado nuestro Gobierno por los belicosos titulares y comentarios de nuestra prensa más patriotera? En otros tiempos, un conflicto así lo resolvían los británicos enviando un par de cañoneras.

Una gran labor habrá que realizar a partir de ahora – y con un Rey que no está tampoco en su mejor momento– si se quiere salvar la próxima Cumbre Iberoamericana, en la que tanto empeño ha puesto Cádiz. Si es que estas reuniones sirven para algo más que pronunciar discursos y gastar en viajes y agasajos el dinero público de unos y otros.