La forma en que se articulan los artículos a veces no favorece la credibilidad. El relato, sujeto a formas, acaba presentando una realidad muy irreal. Veamos el magro informativo de la noticia de John Travolta denunciado por su masajista. «El masajista afirma que durante una cita para un masaje en un hotel Beverly Hills, Travolta se desnudó frente a él y le tocó los genitales, le pidió que le masturbara y le contó que parte de su fama y posición actual se deben a «favores sexuales» que realizó en los comienzos de su carrera. Travolta se disculpó después por su comportamiento pero, a continuación, le ofreció mantener relaciones con él y con «otra estrella de Hollywood».

Cualquiera lector intenta hacerse idea de la situación para saber si este episodio produce unos daños y un estrés emocional que valgan los dos millones de dólares que pide en su demanda el masajista. Al tratarse de una cosa entre varones, cabe el ejercicio hipotético porque no es algo que ningún hombre pueda entender por el hecho de ser hombre.

La desnudez de Travolta está justificada por el masaje, que le tocara los genitales, no, porque su práctica profesional no admite la reciprocidad. Los roles se reparten rigurosamente: uno toca y otro es tocado. Dicho esto: ¿le tocó los genitales mientras le pedía que le masturbara, le explicaba sus inicios en el espectáculo, se disculpaba y le pedía tener relaciones con él y con otra estrella de Hollywood como parecer desprenderse del relato sumario?

Si fue así, si el masajista aguantó a pie firme que le tocara los genitales durante toda esa conversación, más el tiempo necesario para explicarle al actor la inconveniencia de sus actos, advertirle de su falta de anuencia de los tocamientos y su renuencia a las propuestas podría tener merecidos los dos millones de dólares e incluso ese cuarto de hora de fama que, desde internet y los programas de famosos, dura mucho más.