Parece lógico que Soraya Sáenz de Santamaría, en ausencia de Rajoy, recibiera al presidente chino, Hu Jintao, de paso por Canarias. A nadie ha escandalizado la foto en la que la vicepresidenta estrecha la mano del mandatario oriental, al que más tarde vendió las excelencias de España como destino turístico. Todo forma parte de la normalidad diplomática, al menos hasta que a uno se le ocurre imaginar qué habría sucedido si el que hacía la escala en suelo patrio hubiera sido el presidente, por ejemplo, de Cuba. Lo más probable es que Sáenz de Santamaría no hubiera acudido a recibirle escudándose en una repugnancia moral insuperable. Ya hemos asistido en otras ocasiones a manifestaciones de este tipo, sobre todo por políticos del PP.

Sin embargo, el régimen chino no tiene nada que envidiar, en lo que se refiere a la violación de los derechos humanos, al de Cuba. Quizá no haya en estos momentos un país más cruel con sus ciudadanos. Baste recordar que se ejecuta al por mayor y que el objetivo de gran parte de esas ejecuciones es el de extraer las vísceras de las víctimas para comerciar con ellas en el mercado negro. Pero China tiene una cosa de la que carece Cuba: millonarios que hacen turismo. ¡Ah, cómo se rebajan las exigencias morales frente al dinero! No es ya que Sáenz de Santamaría recibiera a Hu Jintao a pie de avión y le estrechara afectuosamente la mano, es que ni siquiera le reprochó de pasada lo de los fusilamientos sumarísimos y todo eso. Así es la vida.

Así es la vida. Cuanto mayor es el poder de un asesino, menores son nuestros escrúpulos frente a él. El discurso, por ejemplo, con el que Bush justificó la matanza llevada a cabo en Irak no tenía más consistencia intelectual ni moral que aquel por el que Anders Breivik, el célebre terrorista, justificó la suya en Noruega. Pero uno vive retirado en un rancho y el otro está en la cárcel. No se trata de una cuestión de moral, sino de poder. En medio de los actos conmemorativos de la masacre de Hipercor, Sortu ha sido legalizado sin que sus dirigentes condenaran los casi 900 crímenes de ETA. ¿Por qué? Por necesidades del guion. Se comprende la frustración de sus víctimas. Pero el mundo, amigos, es y seguirá siendo una porquería.