El pasado 16 de agosto acudí por casualidad por la mañana a la recientemente creada Biblioteca Giner de los Ríos, en la barriada de El Palo y propiedad de la Obra Social de Unicaja, cuyo catálogo tengo entendido que corresponde al de la legendaria biblioteca de la misma entidad que había junto a la Plaza del Siglo, en el centro de Málaga, y cuál sería mi sorpresa cuando encontré un aviso en la verja de entrada informando de que la biblioteca permanecía cerrada durante prácticamente todo el mes. Una biblioteca pública, que debería ser considerado como un lugar sagrado para el desarrollo y cultivo del espíritu, no es que no deba cerrar en agosto, en la semana de Feria o en vacaciones, sino que, en rigor, no debería cerrar nunca, esto es, debería estar abierta las veinticuatro horas de todos los días del año, como algunos establecimientos, no sólo farmacéuticos. Se trate de bibliotecas universitarias, municipales, autonómicas o de entidades privadas que las gestionan sin ánimo de lucro, deberían cumplir este servicio, cuyo coste económico es insignificante, y, sobre todo, podría reutilizar a tanto «funcionario» designado a dedo inútil. Hay personas, es verdad que pocas, a las que no les gusta ver la televisión (sólo determinadas películas que tienen que ver con el arte cinematográfico), a las que no les apetece ir a la playa (masificada y sucia), ni a los gimnasios e institutos de belleza (donde se cuida artificialmente del cuerpo), y, en cambio, estarían disfrutando a las tres o las cuatro de la noche leyendo un buen libro de alta cultura en una biblioteca. Ya que se escuchan tanto ciertas demandas peregrinas de grupos excéntricos, no estaría de más atender también ésta, que lo único que pretende es preservar la continuidad de un saber precioso en proceso de desaparición.

Cierre de una bibliotecaEnrique Castaños AlésMálaga