En Grecia se permitirá vender, más baratos, alimentos pasados de fecha: una semana después de la de caducidad y un mes después de la de consumo preferente. Parece una medida abaratadora pero encarece. Antes, después de un día concreto, un alimento no valía nada y podía ser comido. Ahora, después de ese día costará dinero y más adelante dejará de ser un alimento para ser un tóxico. O sea, el vendedor tiene más tiempo para sacar dinero de un producto y el pobre más hambre y riesgo al comerlo gratis. Todo lo que se pague por un alimento irá al banco y nada al banco de alimentos. Quedarán excluidos de esta oferta los lácteos y cárnicos para que el ahorro no se vaya en gastos de botica y galeno.

Siempre hay que estar atentos al mercado y a la ley de la oferta y la demanda. Si mucha gente pobre sólo puede comprar alimentos caducados, subirá su precio. Sería interesante ver si pueden llegar a ser más caros que los no caducados, en la medida en que sean más demandados por más gente. Bastaría con que llegaran a costar lo mismo. Parecerá bobo y teórico pero en España se pasó de preferir los productos de marca a los de marca blanca -que eran más baratos- y ahora los precios de unos y otros productos se han acercado mucho. Lo que parecía una buena idea para el comprador -pagar por el arroz lo que valía un kilo de sus granos, ahorrándose lo que le había costado a una empresa convencerle de que lo comprara con un nombre determinado- en seguida fue superado por el ingenio del vendedor, al que se le encendió la bombilla de encarecer un producto más barato porque no llevaba inversión publicitaria y, sin bajar las ventas, aumentar el beneficio.

La medida abre otro experimento sobre precios y mercados, es decir sobre humanos, del que también será cuna Grecia, donde se está probando la creación de un futuro hecho a base de pasado, es decir caducado o fuera de consumo preferente, para imponer en el Mediterráneo.