Parece ser que el Gobierno quiere convertir a nuestros jóvenes en dinámicos emprendedores. Facilitando mediante estímulos fiscales lo que ahora han dado en llamar - horrible palabra- «emprendimiento».

Da la impresión de que nuestros gobernantes han leído mucho sobre Silicon Valley y las start-ups, esas compañías de nueva creación sobre todo en el sector digital, fundadas por avispados veinteañeros que, al menos allí, se convierten de la noche a la mañana en sonrientes multimillonarios.

Y como, según se nos repite una y otra vez, nuestros jóvenes son la generación mejor preparada de la historia, se trataría de evitar con esos estímulos que se malogre tanto posible talento emprendedor como anda por ahí suelto.

Es un propósito ciertamente loable el de nuestros gobernantes si de lo que se trata es de impedir que el talento de nuestros jóvenes licenciados, cuyos estudios hemos costeado entre todos, sea aprovechado por otros cuando tanta falta nos hace aquí.

Así evitaríamos que ingenieros industriales, arquitectos, químicos, matemáticos o biólogos se viesen obligados a trabajar como comerciales en compañías de telefonía móvil, tal y como parece que está ocurriendo ahora.

Pero a uno le asalta la preocupación de si ese plan, que tiene ciertamente sus aspectos positivos por cuanto se trata de estimular la creatividad e iniciativa juveniles, no tendrá el efecto perverso de que muchos se sientan culpables de su propio fracaso si no se demuestran capaces de emprender su propio camino como autónomos.

Buena parte de las empresas existentes no sólo han dejado de contratar, sino que reducen drásticamente sus plantillas, acogiéndose a las facilidades que les da para ello la reforma laboral del Gobierno, y se pretende que sean muchos los jóvenes que asuman riesgos y creen sus propios puestos de trabajo, tan difíciles de encontrar en la economía real.

Nada que objetar a que se estimule la capacidad creadora de riqueza de nuestros jóvenes conciudadanos. Pero es lícito preguntarse si, tal y como está el panorama económico, quien se lance a una aventura de ese tipo va a ver premiados sus esfuerzos.

Al margen de que ser un excelente ingeniero, un buen periodista, un buen abogado, un gran químico o cualquier otro profesional no significa reunir también facultades de empresario, es decir tener capacidad para reconocer y explotar las oportunidades y ventajas competitivas donde quiera que se encuentren.

No sé si no se trata en parte de un espejismo como aquél del capitalismo popular que propugnaba la británica Margaret Thatcher y por el que quería convertir a todo el mundo, incluso a los pobres, en accionistas.

Se quiere presentar la figura del emprendedor, del autónomo como el sujeto estrella del cambio social, y hacer de la flexibilidad y el riesgo principios organizadores de una nueva forma de vida bajo el régimen neoliberal.

Es, como escribió en su día el sociólogo francés Pierre Bourdieu, el sujeto que mejor encaja en la economía de mercado, en la nueva lógica liberal y mercantil. Que es la que hoy predomina.