Hace cinco años en el festival de cortos de los Baños del Carmen, que es un festival de cine en la modalidad de cortometrajes en el que los aspirantes presentas sus obras con la peculiaridad de que deben estar rodadas en el enclave de los Baños del Carmen, como decía, hace cinco años el premio del público recayó en el cortometraje dirigido por Adolfo Ramírez, malagueño, y en el que colaboraba el ya premiado autor malagueño Juan González que con su anterior cortometraje en el mismo festival, ¿Dónde jugaran las niñas?, hacia una crítica sobre el estado y futuro de este paraíso abandonado de la ciudad. Crítica que hoy en día tiene igual validez.

Aquel cortometraje premiado hace cinco años versaba sobre la visión que el autor tenía sobre el efecto del fútbol en diferentes personas de la sociedad, aficionados, actores, todos conocidos de la ciudad, de diferentes procedencias que veían sus vidas unidas por el efecto del fútbol. El miércoles pasado tuve el placer de disfrutar desde la grada de preferencia de un espectáculo social sin precedentes en la ciudad, y no sólo me refiero a lo que pasó en el 120 por 70 y a la clasificación del Málaga C.F., que también, sino a lo que la más importantes de las cosas sin importancia provocó en la muchedumbre que estaba a mi alrededor.

Reconozco que soy de los tipos raros que acuden al fútbol con la vocación científica del que acude a un laboratorio a escudriñar todo lo que se le pone por delante, y que gracias a mi capacidad de empatizar disfruto más por la alegría ajena que por la propia. De todo tiene que haber en este mundo, pero la sensación del miércoles pasado en las gradas del estadio de Málaga fue incomparable con nada, todo el mundo niño, padre, abuelo, gran empresario o humilde trabajador disfrutó como nunca nadie había disfrutado en esta ciudad, estaba ocurriendo exactamente lo que el cortometraje de hace cinco años vaticinaba.

El corto se titulaba Felicidad.