Las ciudades son eternas, o casi. En ellas el tiempo se mezcla de materia, deseos y sueños. Decía Ibn Gabirol, allá por el siglo XI que la voluntad informa la materia; o lo que es lo mismo que la materia toma forma animada por la voluntad. Cuando observamos las ciudades, y su evolución en el tiempo, comprendemos esta fórmula que las convierte en retratos de sueños colectivos, de deseos y temores compartidos. Esto son las ciudades: materia animada por los sueños y voluntades de quienes las heredan y dejan en herencia.

Ibn Gabirol sigue hoy día paseando por sus jardines junto al Pimpi, epicentro de alegría y vitalidad en calle Alcazabilla, desde que hace diez años bajara del estrecho pedestal que lo aislaba y separaba de los demás. La escultura de Hamilton Reed Armstrong es sobria y llena de una belleza honda y melancólica, capaz de describir los pensamientos del filósofo y poeta, nacido en Málaga de padres cordobeses. El tiempo dirá si Ibn Gabirol continuará su paseo para descansar bajo una higuera en la plaza Sefarad, o de las Nieves, futura conexión de calle Granada con calle Alcazabilla, y la historia que de forma extraordinaria se acumula en ella. Las tres culturas juntas, hermanadas en la herencia de sus arquitecturas y en la figura de Ibn Gabirol al-malaquí y al-qurtubi, el malagueño y cordobés.

Seguimos transformando nuestras ciudades, a nuestra imagen y semejanza como siempre, aunque cambien las imágenes y semejanzas de sus habitantes con ejemplos a peor y mejor que siempre mantienen la incertidumbre del resultado del combate. Las preocupaciones y temores que los años recientes están ocasionado en gran parte de la sociedad, cuyos ritmos vitales se ralentizan, afecta a la ciudad misma. Málaga corre el riesgo de avanzar a trompicones, desorientada por acciones basadas más en los temores de los mayores que en los anhelos de los jóvenes. Los proyectos que definirán nuevos rasgos de la ciudad deberían incorporar la visión de los más jóvenes en una participación social y profesional activa. Democracia real. Juan Ramón Jiménez supo aunar tradición e innovación en unos bellísimos versos: «Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen».