El lunes se ha opacado -dijo el taxista nada más arrancar, sin que yo le hubiera dado pie.

Miré por la ventanilla para ver en que se manifestaba la opacidad y no noté nada.

-¿Qué entendemos por un lunes opaco? -continuó el hombre-. No un lunes sin sol, no un lunes oscuro, no un lunes nublado. Un lunes opaco puede ser transparente. La opacidad, más que un rasgo físico, es un estado de ánimo, una condición mental, y la condición mental de este lunes es la que es.

-¿Ha fumado usted algo? -pregunté.

-No he fumado nada, amigo, pero cuídese de los días opacos. En un día opaco me abandonó mi mujer, en un día opaco, se murió mi perro, en un día opaco perdí al póquer la licencia del taxi€

-¿No tiene usted licencia?

-Ya le digo que la perdí. Ahora soy asalariado del que me la ganó, un hijo de perra que seguramente hizo trampas.

Me dieron ganas de bajarme allí mismo, pero me contuve porque estaba lloviendo y era muy mala hora. Así que saqué el móvil y me concentré en él, como si estuviera respondiendo un mensaje. A todo esto, mi ánimo se iba viniendo inexplicablemente abajo, como si hubiera en la atmósfera algo irrespirable, inicuo, maligno. El conductor me miró a través del retrovisor y debió notar lo que pasaba por mi cabeza.

-Se lo dije -dijo.

-Me dijo qué.

-Que el día se había vuelto opaco.

Le pregunté entonces si era brujo o algo parecido y dijo que no, que no era brujo, ni creía en esas cosas, pero que poseía un olfato especial para darse cuenta de cuando las cosas se torcían. Y se habían torcido. Así, en general, sin que nada hubiera cambiado, el lunes se había torcido al poco de empezar.

-Es usted un poco cenizo -dije.

-Y usted -dijo él- es un tipo sensible que sabe reconocer las cosas. Si quiere le llevo de vuelta a su casa, por si acaso. Lo que tenga que hacer puede esperar a mañana.

Le dije que sí, y eso fue todo.