En 2007, preguntaron al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuánto costaba un café. La cuestión, aparentemente inocente, le fue formulada por un ciudadano en un programa de televisión. La respuesta, sin embargo, pronto adquirió fama casi mundial. «80 céntimos», dijo el jefe del Ejecutivo, de donde se colegía que o bien tomaba poco café o bien solía ser invitado. A día de hoy, sin embargo, aquella contestación adquiere una nueva dimensión tras conocer los precios de la cafetería del Congreso. La Cámara Baja ha sacado a concurso su servicio de hostelería donde se fijan los precios de comidas, cafés y, también, de otras copas, como gin tonics o cubatas. Todo a unos precios low cost para que sus señorías no tengan que rascarse el bolsillo, que bastante tienen ya con representarnos a todos. Precios insultantes para una ciudadanía que tiene que pagar el triple en cualquier bar de la esquina, cobrando, la mayoría de las veces, cuatro veces menos. Bochornoso para quien está en el paro, ya no cobra ningún subsidio y obviamente tomarse una cerveza es un lujo fuera de su alcance.

Pero ahí están nuestros representantes públicos, comiendo y bebiendo subvencionados. Por ejemplo desayunar cuesta 1,05 euros, un café 0,85 euros, el menú del día 9 euros y un gin tonic 3,45 euros. Eso pudo costarme mi primera copa en pesetas hace ya ni me acuerdo, aunque seguramente me supo a rayos. Si a mí me sirvieran un cubata ahora por ese precio en cualquier bar, desconfiaría: garrafón seguro.

El pliego de condiciones para la adjudicación del contrato de las siete cafeterías del Congreso impone los precios máximos. Todo es más barato porque se lo pagamos nosotros con nuestros impuestos. La diferencia entre lo que cuesta cualquier producto en las instalaciones del Parlamento y fuera se cubre con fondos públicos. Porque la subvención destinada a este servicio pasará de 892.500 euros a 1.050.000 euros. Es decir, que a los ciudadanos nos saldrán más caros los cafés de los diputados. ¿Solo o con leche?

Absolutamente deleznable en un país que ha cerrado el grifo para todo, menos el de cerveza de barril en los bares del Congreso, al parecer. Hay menos ayudas a la I+D+i, la ley de dependencia pende de un hilo, los recortes en educación asfixian el sistema, la sanidad hace juegos malabares para atender a los pacientes sin recursos… Pero los pinchos de los diputados están subvencionados en una muestra más de distanciamiento entre la clase política y los ciudadanos. No se preocupe su señoría, la próxima corre de mi cuenta.

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