Hay gente muy rara por ahí. España es verdaderamente un bicho que ganaría el primer premio en una exposición de zanahorias si las zanahorias estuvieran podridas como las manzanas y las bases del concurso permitieran un peinado estrambótico al portador. Con la que se aviene sobre nuestras laringes, con la economía destrozada, el presidente del Senado, Pío García-Escudero, se planta frente a un juez y confiesa que no declaró el préstamo de 24.000 euracos que le hizo el partido porque (sic) no sabía que tenía que hacerlo. Toma castaña. Sin ánimo de ofender. No hace falta ser el presidente de ninguna cámara ojiplática y añosa para saber que uno no puede recibir un pastón ni casi de su santa madre y pasearse por el mundo como si hubiera sido invitado a unas cañas o a saltar las escaleras de tres en tres. Al menos que se viva en Mónaco, se meta más goles que Falcao o se falsifique la letra como si se tratara de Dios frente a una catástrofe natural. Mientras, expolíticos como Aguirre se llevan las manos al cielo porque la Unión Europea premia a los de la plataforma en defensa de la hipoteca. O lo que es lo mismo para ella, los de la cacerolada. El acto más imperdonable de toda la historia de la democracia para el grupete más carpetovetónico del PP. Se pueden aguantar 5 millones de parados. Se puede reventar la economía y salir indultado y con la camisa limpia y pintiparada. Pero, ¡cacerolas! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Lo del acoso al político probablemente no sea lo más deportivo y exportable que le haya pasado a la cultura española en los últimos cincuenta años. Aunque comparativamente no deja ser más que una anécdota, se ponga donde se ponga el eje y el puntal de la comparación. Por ejemplo, en lo de Bankia. La aristocracia mandona que dirige y contradirige este país -infórmense sobre el patrimonio de algunos, luego intenten llegar a fin de mes- no hace más que repetir como una salmodia que España tiene lo que se merece. O sea que miles de personas deben purgar el sumo pecado de haberse comprado una casa cuando el mundo y hasta la santísima Trinidad agitaban la tarima flotante desde el monte de la oferta y la satisfacción. Y, sin embargo, en otras dimensiones, nadie asume las consecuencias de sus actos. Exministros de Economía de diferentes partidos tomándose un vermú mientras se prendía la mecha de la crisis, banqueros cínicos y salvajes, gente vestida de jugador de polo y abanicándose con la cartera en la playa. Inconscientes, inconsistentes, papichulos, Bárcenas, consejeros Fernández y Ordóñez. Vaya melé en el área. Como para no declararla. Aunque sea en confesión.