En un reciente acto público, Juan Fernando López Aguilar se definió como «alter-europeo», designación de otra manera de ser europeo, o de serlo en otra Europa. La actual no satisface a un diputado que no es precisamente del montón sino que preside la Comisión de Libertades, Justicia e Interior del Parlamento Europeo, además de la delegación socialista española en la cámara. El exministro de Justicia, europeísta insobornable, rechaza que se confunda a Europa con la troika pero quiere otra Europa. ¿Reformada, o refundada? Esa es la gran cuestión, a un año de las elecciones europeas. Vaticinan que la abstención será descomunal y que, en parte por ello, habrá en las bancadas más escépticos que nunca, además de nacionalistas enemigos de la UE y fascistas de diverso pelaje. Mala cosa. La Unión no es la troika, pero quedó enanizada detrás de ella en todo el proceso de la crisis. No ya el Gobierno alemán sino el mismo Deutsche Bank, parece mandar más que el Banco Central Europeo, al que corrige cuando a bien lo tiene y cuyos proyectos critica sin tapujos. Los comisarios de Bruselas pontifican rectificándose, que es una manera chusca de perder autoridad. Y al Parlamento, ¿quién le ha visto intervenir con algún resultado en alivio del austericidio y en defensa de la Europa social?

López Aguilar aludió también a los energúmenos racistas y separatistas que predican a sus anchas en los escaños de Bruselas y Estrasburgo y hacen escarnio de los dirigentes comunitarios. Obviamente, es enervante ver y oír a tipos como Nigel Farrage ridiculizar a Rompuy, Barroso y otros, sin que estos se dignen replicar con algo más que una mueca de desdén. Hay en la red docenas de discursos del ultra británico, que es un orador apabullante y de otros de su calaña, todos miembros de la cámara. Y a juzgar por el número de entradas en esos vídeos, son los más buscados de cuantos atañen a la actividad parlamentaria.

Europa hace mal sus deberes, se pliega demasiado a los miembros poderosos, es floja en hacer respetar la solidaridad comunitaria y tiene al enemigo dentro, atrincherado en la intocabilidad de los elegidos parlamentarios, únicos que pasan por las urnas de los estados miembros para verse después irónicamente limitados a roles consultivos y deliberantes, mientras la potestad ejecutiva está en manos no electas. De ahí, tal vez, su debilidad, que es una de las grandes fisuras de la Unión. La crisis nos ha hecho ver que la idea de Europa está mal articulada porque ha sido mal fundada, al igual que el euro ha nacido sin los instrumentos fiscales y financieros que avalan toda moneda. Alter-Europa, otra Europa es necesaria para que al menos su estructura sistémica se sienta segura. Es tanto lo que hay que cambiar -o consolidar en serio- que la invocación de «más Europa» será una tierna jaculatoria si no asume el significado de Otra Europa, la refundada tras la lección de la gran crisis. A ver qué mensajes emite el consejo de final de mes, del que tanto se espera.