En la estepa, conmueve ver en los nidos de cigüeña los blancos pollos, grandotes ya pero sedentes y circunspectos, tal vez temiendo la hora inevitable del primer vuelo. No es menos conmovedora, ahora en el aire, la estampa de las urracas alejando en pareja al milano cazador, cinco veces más grande, que ronda el nido de aquellas. Sin embargo a esta altura de la temporada nada iguala al canto del mirlo, que ha ido perfeccionando desde hace meses su tonada, y ensaya acordes, timbres, melodías completas con un virtuosismo deslumbrante, el de la plena madurez profesional, aunque sin abandonar jamás el sello de la casa: esa última nota, alta, que deja colgando como un interrogante, un finale abierto, que se niega a sí mismo. De todos los empobrecimientos del progreso, uno de los más dramáticos es el de los niños a quienes sus papas regalan una consola, incapaces de hablarles de los pájaros.