A medida que uno cumple más años se supone que va adquiriendo una experiencia que le servirá para vivir mejor. O no tanto para vivir mejor como para no alejarse demasiado, como les sucede a los atolondrados o a los inmaduros, del sentido y del fundamento de su propia vida. Adquirir experiencia, algo que a uno le sucede sin que se lo proponga sino simplemente por el hecho de ir cumpliendo lustros o décadas, es o debería ser ir encontrando el camino hacia su propio centro, orientarse cada vez mejor en los laberintos de la emoción, la idea, el otro, el sentimiento o el cuerpo. La experiencia, cuando lo es de verdad, cuando es crecimiento interior y comprensión de los asuntos de la vida, vale más que los precipitados del conocimiento, esas fórmulas magistrales que se pormenorizan en los libros de filosofía, las novelas o las películas. La sabiduría está más cercana de la experiencia entendida de esta manera, como asimilación progresiva de los mil y un matices de la existencia, que de las ciencias positivas o de las ciencias esotéricas, que son el lado oscuro y divertido de éstas.

Sin embargo, la experiencia cada vez parece preocuparnos menos que los datos, las opiniones, las marcas, los prejuicios, las sensaciones rápidas que no dejan huella o las noticias. La experiencia, hoy, nos parece algo bastante menos valioso que las «experiencias» porque el sentido de algo, empezando por el sentido de nuestra propia existencia, ya no nos importa tanto como la necesidad de estar entretenidos, lejanos, intocados, a la deriva, sin tener que enfrentarse a las exigencias de un yo y del tiempo que lo transporta hacia su nada. Tener experiencia se ha devaluado en favor del hecho de ser tenido por las experiencias, razón por la cual la nuestra es una sociedad que no se respeta a sí misma, que no respeta a los mayores, que no respeta la excelencia en casi ningún orden y que no respeta a la Naturaleza.

A lo largo de los años a uno le van pasando cosas: nace, va a la escuela, se relaciona con otros, padece enfermedades, se enamora, trabaja, viaja, lee, visita museos, discute, se abraza€ Eso, ser todo eso con todas sus consecuencias, le da experiencia de la vida, con eso se va dotando de los recursos necesarios para estar cada vez un poco más cerca de lo que es (y de lo que Es), gracias a eso va esquivando a los diversos minotauros que acechan en los laberintos a los que antes nos referíamos. Esa experiencia no puede sustituirse con esas otras «experiencias»de usar y tirar, aunque éstas, si uno no le da la espalda a aquélla, también pueden contribuir a hacernos caminar unos pasos sin caernos. Las «experiencias»sólo son inhumanas o deshumanizadoras sin no se integran en el plan general de la experiencia, es decir, si no se suman al esfuerzo de tener un destino personal y de que ese destino personal tenga, a su vez, un lugar en el destino general del Universo.

Parece abstruso y es, sin embargo, muy sencillo: se trata de vivir de frente, de vivir entregados a la vida, de no permitirle a los sicarios del sinsentido que nos roben nuestra razón de ser. Sólo pueden decir que están vivos los que se dedican a adquirir esta clase de experiencia en lugar de ir retrasando, con excusas y más excusas, esta tarea esencial, algo que, tristemente, es muy sencillo en un mundo tan bien organizado para desvivirnos a todos. Lo escribo, creo, por experiencia.