A mí no me han espiado, en general creo que tampoco», declaró el ministro de Defensa del gobierno de España, Pedro Morenés (y Álvarez de Eulate, todo hay que decirlo) en demostración de figura, ya que no de genio. Cómo tranquiliza tener un ministro que da respuestas idiotas en medio del conflicto internacional que ha planteado el antiguo empleado directo e indirecto de la CIA y de la NSA, Edward Snowden, descubriendo el programa de vigilancia Prism y haciendo público que Estados Unidos espió masivamente a sus aliados europeos, a las representaciones de la UE y la ONU con micrófonos instalados en el edificio de Naciones Unidas y entrando en su red informática interna conectada a Bruselas. El ministro Morenés no se encontraba entre ellos, tranquilos.

Puede que Morenés coincida con el tranquilizador presidente de Estados Unidos, Barack Obama: «Todos los servicios de inteligencia, no sólo los nuestros (...) intentan comprender el mundo mejor y qué está sucediendo en las capitales del mundo a partir de fuentes que no están disponibles a través del New York Times o NBC News, que están buscando información adicional». El espionaje viene a ser parecido al libre intercambio de información entre iguales del que se obtienen conocimientos desinteresados. Nada de qué preocuparse, nada que pueda estropear un tratado de libre comercio para el que ya han quitado el capuchón a las estilográficas.

Barack Obama (el hombre más poderoso de la Tierra aunque sea incapaz de cerrar la prisión y centro de tortura de Guantánamo) es un galán controlador que le ha puesto un detective privado a la novia europea para, como dice, entenderla mejor, no por falta de confianza, mujer, si nos lo contamos todos, a ver ¿qué quieres saber de mí? Llevo la ropa interior del mismo color que tú. ¿Qué cómo lo sé? Ah, ¿ahora te va a importar que sepa el color de la lencería que usas?