La Diada de la cadena humana verifica el riesgo de seguir ignorando el problema catalán. Las cifras de participación, cuyas estimaciones oscilan entre 400.000 y 1.600.000 manifestantes (ligera diferencia que las cuadruplica) ilustran una movilización muy importante. Pero los catalanes son más de siete millones y los eslabones de la cadena que cubrió la región de norte a sur parecen hechos de materiales heterogéneos que se solapan en el desahogo común. Lo menos oneroso para todos, catalanes y no catalanes, sería dar luz verde al referéndum, constreñido a la comunidad «encadenada», con pregunta única sobre la opción independentista y juego limpio en la defensa previa de cada postura. Cualquier otra salida en positivo ya parece imposible.

Pienso que el independentismo perdería el referéndum por amplio margen, como ha ocurrido varias veces en Canadá con la causa del Quebec y ocurrirá con toda seguridad en Escocia, por no hablar de territorios menos importantes. Tragar el sapo de una buena vez y demostrar que los más intransigentes son muy malos representantes de las mayorías, dejaría en orden el patio estatal por un largo tiempo; pues no es de recibo convocar estas consultas como si fueran las de un humilde y doméstico referéndum suizo. Perder el miedo a la democracia directa es la única manera de que dejen de esgrimirla como amenaza. Y «mostrar al mundo» el sentimiento de una parte minoritaria de la población catalana no significa que el mundo vaya a meter la nariz en una democracia soberana.

La presión con «la consulta», su fecha, sus condiciones, etc., está desgastando fundamentalmente al Gobierno catalán y al partido que lo sustenta, siempre a riesgo de ruptura si pasa las líneas rojas del compromiso constitucional y el obligado cumplimiento de lo que de él deriva. El engorde de lo que fue casi nada, como la izquierda republicana, es el primer efecto del desgaste. Porque el problema de Mas y CDC es ir forzados en una ola que mueven otros, no solo de la izquierda sino de sus propias filas -otros que, por ejemplo, tratan de blindarse ante imputaciones familiares por corrupción- y que amenaza ahogarles cada vez que intentan modular civilizadamente la fiereza del «sentimiento nacional». Rajoy espera, quizás, a que la ola ahogue a Mas y los suyos, pero se equivoca. Los que lleguen pueden ser peores. Reproducir en España lo que ocurre en Canadá y ocurrirá en Escocia -de ahí las prisas por consultar antes- sería ejemplar para los independentistas catalanes y para otros que esperan el momento de imitarlos... si aquellos ganan, claro.