En España tendemos a poner etiquetas constantemente. Vivimos en un país democrático, sí. O eso, al menos, dice la Constitución de 1978. Una democracia promovida por quienes hasta hacía pocos meses no eran demócratas. Es un dato. Falta madurez democrática, ponen como excusa algunos políticos para justificar los casos de corrupción. Pero también falta para asumir opiniones contrarias a las de uno mismo. Al tercer argumento antagónico, saltan las chispas del totalitarismo. A diestra y siniestra, que conste. Tildar de «facha» a quien piensa de forma opuesta es muy español, sirva el adjetivo, aunque a priori suene a paradoja. Sigue muy de moda aplicar el calificativo de «anticuado» a los pensamientos y acciones discrepantes. Y a las procesiones. La Iglesia también es acusada con asiduidad de trasnochada, arcaica y dictatorial, sin tener en cuenta que a ella se pertenece de forma voluntaria. Incluso cuando el Papa Francisco se está encargando de renovar las formas de comunicar la misma doctrina y de protagonizar gestos que, puede incluso, sean más valorados por quienes se sienten ajenos a la fe que por quienes practican la religión católica. El laicismo, sin embargo, se mantiene en sus trece. Con una diferencia: ya no sólo combate la religiosidad, sino que aspira a ocupar su lugar. Ahí están, sin ir más lejos, los bautizos laicos, sin pila ni agua bendita, que se celebran en El Borge. Las burlas hacia quienes profesan un credo son habituales e incompatibles con el respeto democrático más elemental.

Para mí, y perdonen que dé mi opinión, pero de eso se trata en un artículo de opinión, es totalitario irrumpir en el Congreso semidesnudas al grito de «Aborto es sagrado», cuando no hay nada más sagrado que la vida, esa misma vida que se interrumpe voluntariamente durante la gestación, cuando existen unos supuestos y plazos suficientemente precisos, decenas de métodos previos para evitar un embarazo no deseado y la responsabilidad que se le presupone a quien es adulto, lo mismo que para mantener relaciones sexuales, para asumir las consecuencias de sus aciertos y sus errores, y las activistas que se manifestaron en la Cámara Baja el otro día evidenciaban que eran adultas. Lo sagrado, además, según la RAE, es aplicable a la divinidad, que inspira veneración y respeto, y me cuesta pensar que ninguna mujer pueda sentirse orgullosa de haber abortado, aunque defienda el derecho a decidirlo. Algunos nacionalistas catalanes también combaten con totalitarismo el totalitarismo. Algunos representantes sindicales, adalides del progresismo, insultan a los jueces cuando sacan a la luz los desmanes cometidos . Y algunos alcaldes muestran su rebeldía tras la ratificación de sus condenas por cohecho y sus partidos políticos siguen aplicando una capa de barniz, cada vez más fina, eso sí, a estos desórdenes. ¿Falta de madurez democrática? Y tanto.