Los domingos ya no cierra la realidad. Tampoco se esconde. Cualquiera puede salir de su trinchera y recorrer las calles, los portales entreabiertos, las plazas en las que hace tiempo nadie sonríe a los pájaros. Conocer por uno mismo el signo de la guerra que perdura entre el silencio, el sonido de las víctimas, los efectos colaterales y el ruido de la propaganda con la que los generales pretenden siempre suturar las heridas del dolor y del desánimo. Hace falta valor en el miedo y prudencia en el avance. En cualquier esquina, un instante es suficiente, puede suceder una emboscada de la economía. Nunca se sabe desde dónde disparan sus francotiradores. Vestidos de negro, con rostro imperturbable y una certera mirada de la que ignoramos el color de su frío, el segundo caprichoso que nos redondea inocentes y accesibles en una pupila que decide librarnos de la muerte ese día o ejecutarnos con el movimiento sedoso del índice. Da igual que sea apretando una estilográfica de diseño, la tecla de un ordenador inteligente o el gatillo de un fusil UKP 23. También es posible que no sea un impacto seco e individual el que nos derribe. Sino una súbita y colérica explosión la que nos mortifique a la intemperie.

Cada día amanece esta amenaza. Ignoramos la hora, el lugar, pero siempre se hace real. Unas veces sucede donde menos esperamos. Otras en el gremio más vulnerable o más acosado por el cerco de la economía que nos vence, practicando el exterminio de la clase media y de los trabajadores menos cualificados. Las víctimas no dejan de crecer. Las cifras que las engloban crujen como huesos débiles. Igual que la madera en el fuego. A unas, las vemos caer a nuestro lado o a unos cuantos pasos, boquiabiertos los ojos, la espalda en el barro donde se tambalean nuestros pies en la trinchera, intentando combatir firmes los ataques que nos merman la esperanza retorciéndose de dolor, de miedo, de hambre, de rabia. A otras, no podemos tocarlas ni socorrer su angustia o la mentira a salvo que demandan con la mirada antes de soltar el aliento hacia un lado. No podemos ponerles rostro pero intuimos sus sombras y su desgarro en otros campos de combate.

Según el Observatorio de la Realidad Social del 2012, elaborado por Cáritas, en España hay 600.000 familias sin ingresos y tres millones de personas que sobreviven con menos de 300 euros al mes. El número de bajas en Andalucía es el más alto: el 40% de la población vive en el umbral de la pobreza. Y en tres ciudades como Bilbao, San Sebastián y Vitoria, según un recuento del 17 y el 18 de octubre de 2012, doscientos cincuenta desahuciados dormían su pesadilla en la calle, en el asiento de atrás de un coche de segunda mano o de espaldas a la vida en el suelo de un cajero automático. Trescientos sesenta y cinco días después, la pobreza es un amplio espectro de situaciones que continúan provocando el crecimiento de víctimas de la carencia de recursos para satisfacer las necesidades básicas. El deterioro del nivel y calidad de vida de las personas todavía no ha tocado fondo, a pesar de que en algunos frentes han agitado en alto la bandera blanca de la rendición incondicional. Oxfam pronostica que 8 millones de pobreza están abocadas a la pobreza en 2025.

El porvenir es la fugacidad de muchos sueños y esfuerzos trabajados. Una mirada hacia abajo, la esperanza estéril y miope que no alcanza el supuesto cielo despejado que pinta la voz de los generales que nunca se han manchado las manos de sudor y frío, de necesidad y drama. Con sus máscaras impasibles celebran discursos sobre la recuperación de la autoestima económica para condecorar nuestros sacrificios y mutilaciones. En realidad se refieren a que la riqueza en España sigue en aumento y se ha convertido en la mayor desigualdad de toda Europa. El informe anual sobre la riqueza mundial, elaborado por Credit Suisse en plena oleada de recortes contra los derechos sociales, manifiesta que el número de millonarios en España ha aumentado un 13,2% desde mediados del 2012 hasta mediados del 2013. Este 20% de la población más rica concentra 7,5 veces más riqueza que el 20% más pobre, según datos de Eurostat, la oficina de estadísticas europea. El mismo informe incide en que esta tendencia, hacia una mayor desigualdad, corre el riesgo de verse incrementada por el elevado desempleo, la pérdida de capacidad adquisitiva, el debilitamiento de las políticas sociales y el recorte progresivo de derechos. Una evidencia es que Cáritas ha pasado de atender 370.000 personas en 2007 a 1,3 millones el año pasado y que el número de parejas con hijos, de adultos entre 30 y 44 años amenazados por el riesgo de perder su vivienda, de los que carecen de ingresos o tienen minusvalías sin ayudas, ha crecido considerablemente. Está claro, la riqueza empobrece. La reflexión social está servida sobre la mesa. ¿Debatirán los generales un nuevo planteamiento de las medidas económicas que se están adoptando en toda Europa para salir de la crisis? Nadie espera un cercano armisticio. Es más urgente un kilo de arroz, un litro de aceite, un paquete de lentejas. La Federación Española de Bancos de Alimentos proyecta para finales de noviembre la recogida nacional de 10 millones de kilos de productos no perecederos. Necesitan 60.000 voluntarios a repartir en tiendas y en supermercados. Hay que alistarse.

No se llaman El Alamein, Gallipoli, Neretva ni Teruel pero cada día se libra una batalla. En sus campos cae gente con un nombre, una memoria, una ternura, una dignidad. Con un relámpago de la economía frente a los ojos o su golpe seco en el corazón. Los que sobreviven lo hacen sin existir. Seguiré luchando contra una economía que nos convierte en personas en la oscuridad.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.com