El debate sobre el supuesto inicio de la recuperación económica ha llegado para quedarse aunque de momento lo único que se percibe es lo que decía Gabriel Celaya en sus famosos versos: «Estamos tocando el fondo». La poesía es un arma cargada de futuro, afirmaba el poeta; la economía, sin embargo, lleva demasiado tiempo cargada de recortes, ERE y subidas de impuestos sin ofrecer a cambio expectativas creíbles de mejora. Por lo menos para el ciudadano de a pie. El pequeño y mediano empresario sólo se creerá que nos recuperamos cuando fluya de nuevo el crédito y se reactive el consumo; el resto de la población, cuando los parados comienzan a tener oportunidades laborales. Por contra, que Bill Gates haya invertido en FCC (algún responsable del PP lleva días alardeando de ello) importa un pimiento, por decirlo finamente. Ya comentaron los responsables de Unicaja en su informe de previsiones de esta semana, que España necesita que el flujo de capitales que está regresando al país no se quede sólo en niveles financieros (compra y venta de participaciones) sino que implique inversión productiva, esa que ayuda a reactivar la economía real. Ojo, que no se trata de ser cenizo pero sí de situar en su justo término las alegres perspectivas que vienen lanzando De Guindos o el jubiloso Montoro. Las previsiones de Unicaja prevén un retorno al crecimiento en 2014 pero sólo con una mínima creación de empleo a partir del segundo semestre. Y está la bajada de la EPA que conocimos ayer, aunque con el verano de por medio, que el paro haya caído resulta tan natural como que el hielo se derrita fuera del frigorífico. Habrá que esperar a final de año para observar cómo se comporta el empleo en otoño y en qué condiciones afrontamos ese esperado 2014. De momento, en Málaga seguimos teniendo 271.900 razones para tener los pies en el suelo, un paro que es casi cuatro veces superior al que se llegó a registrar antes de entrar en crisis. El 34% de la población activa está en el desempleo, porcentaje que supera el 55% en el caso de los jóvenes. Datos suficientes para pedirle al Gobierno prudencia en sus proclamas.

Por cierto, que no me quiero olvidar del expresidente Zapatero, que reconoció hace unos días que fue un claro error resistirse a utilizar la palabra crisis durante su segundo mandato, cuando estaba claro que la bonanza había acabado. No se trató sólo de una cuestión semántica. Su error de diagnóstico y su negativa a admitir la verdadera dimensión de lo que se nos venía encima llevó a iniciativas de tan dudosa eficacia como el plan E, dotado con 8.000 millones de euros y cuyo mayor logro fue propiciar una masiva reparación de aceras -tarea que habían dejado de hacer los ayuntamientos, como era su deber-. Una hemorragia no se cura con una tirita mal puesta. Luego llegó mayo de 2010, las conversaciones con Merkel y Obama y el giro político ¿Se podrían haber evitado los tremendos ajustes de ahora si hubiéramos aplicado antes cierta racionalidad en el gasto público? Seguramente. Pero es que la política tampoco está cargada precisamente de futuro.