Todo les parece poco a estos hombres y mujeres de negro. Son insaciables. No les basta con que cada vez más servicios públicos se privaticen y las nuevas empresas que se encargan de ellos despidan a media plantilla y reduzcan de paso a la mitad los sueldos de la otra media. Y obliguen además a la demediada plantilla a echar alguna hora más de trabajo.

No. No hemos hecho aún suficiente desde que estalló la crisis. Hay que seguir liberalizando, profundizando en las reformas laborales. Es preciso equiparar la protección de los trabajadores temporales a los que tienen contratos indefinidos, es decir desproteger más a estos últimos para que no haya así agravios comparativos.

Y con ese cinismo de lenguaje que se ha convertido en marca de la ideología neoliberal, sus propagandistas hablan - como lo hace la directora general del Fondo Monetario Internacional- de la necesidad de proteger, no puestos de trabajo concretos, sino a las personas.

Es el nuevo consenso de Frankfurt, continuación de aquel consenso de Washington de los años noventa con sus conocidas recetas de disciplina presupuestaria, liberalización financiera, desregulación de mercados y privatización de lo público. Credo neoliberal en estado puro, aplicado además universalmente, sin distinción de circunstancias o preocupación por sus eventuales efectos.

Era la condición necesaria para que los países latinoamericanos endeudados pudiesen acceder a la financiación de los organismos internacionales con sede en la capital norteamericana. Los resultados, como se sabe, fueron desastrosos para la mayoría de sus poblaciones.

Entonces nos parecía algo lejano, que no iba con nosotros. Pero ahora lo tenemos aquí. Son distintos perros con los mismos collares. Hay que desendeudarse, dicen. El sector público tiene que soltar más lastre, y da igual que este lastre sean médicos, enfermeras, jueces, maestros o investigadores.

Hay que congelar las pensiones, y si ello no basta para reducir la deuda, bajarlas. Sin que parezca importar que los pensionistas así castigados hayan de alimentar tantas veces a sus hijos en paro y ocuparse además de cuidar a sus nietos.

Se deben tomar medidas para facilitar la movilidad laboral. Y da también igual que las empresas no tengan tiempo, ni ganas, de formar a unos jóvenes a los que tal vez convenga despedir mañana mismo y que habrán de buscarse la vida en otra parte.

Hay que abaratarlo todo, desde la fuerza de trabajo hasta la vivienda, las infraestructuras y las propias empresas, para que, animados por tantas gangas, se decidan a invertir aquí esos fondos buitre que sobrevuelan continuamente los países en busca de oportunidades.

Ni se puede impedir que emigren nuestros universitarios porque al fin y al cabo estamos en un mundo globalizado y, al igual que no se pueden poner fronteras a los capitales ni siquiera evitar que huyan a paraísos fiscales, tampoco vamos a frenar el espíritu aventurero de los jóvenes.

Al paso que vamos, no patentaremos nada, pero nos quedará al menos el orgullo de seguir sirviendo la mejor sangría y las más sabrosas paellas. Y ¿qué mejor marca España que ésa?