Como en algún lado había que dejarse la vida, yo me la he ido dejando en los periódicos, en las páginas volanderas que se manchan de tinta y de vida para intentar la osadía de contar la historia de las últimas veinticuatro horas del mundo, y vuelta a empezar. Así ha sido desde que pisé una redacción por primera vez y ya va para demasiados años, los últimos quince bajo esta cabecera de La Opinión de Málaga, que celebra cumpleaños.

Mi periódico cumplió quince años el pasado veinticinco de mayo y hoy, que edita el número 5.460, hago votos por que cumpla muchísimos más. A mí me hace mucha falta, pero a ustedes, aunque quizás no lo sepan, también. El día que no haya periódicos todos seremos menos libres, menos cultos, menos sabios. El gesto sencillo de salir por la mañana y acercarse al quiosco para comprar la vida impresa es uno de esos placeres que se echan mucho de menos cuando se pierden y ya no se recuperan.

En estos quince años he publicado algo más de mil artículos. Es probable que haya escrito de todo, aunque todavía me queden cosas por escribir. Por ejemplo, jamás había escrito de mi periódico. Y creo que se lo venía debiendo.

Gracias a La Opinión llevo tres lustros viniendo a verles cada viernes (tomando quizás juntos el café de la mañana, ese que sabe a ánimo), contándoles lo que me parece oportuno contarles, siempre desde la más absoluta libertad. He tenido tres directores en estos tres lustros, Joaquín Marín fue el que me contrató. Luego llegaron Tomás Mayoral y Juande Mellado, el actual, y ninguno de ellos me llamó jamás para echarme atrás una columna ni para hacerme ninguna indicación sobre quién o qué podía escribir o no. Con el tiempo incluso llegué a saber que algún demócrata de toda la vida que ocupó cargos de cierta altura, cabreado por algún artículo que le dediqué, llamó pidiendo mi cabeza (no es que mi cabeza valga mucho, pero me hace el avío), y aquí sigo, cabeza incluida, lo que demuestra fehacientemente que he escrito siempre con libertad, incluso cuando me he equivocado.

Gracias a la columna he sabido que no estaba solo del todo, que ustedes estaban ahí, del otro lado del papel, con la infinita paciencia de leerme, y me ha servido también para ir construyendo una historia que tiene tanto de mí como de los lectores y de nuestro tiempo. Ahora que los periódicos están tan en entredicho, ahora que se cuestiona no sólo su contenido, sino también su continente, es cuando quizás sea preciso ponerse un poco místicos y, si no queda más remedio, renunciar al cuerpo con tal de salvar el espíritu. Pero eso será otro día, quizás uno más nublado, cuando nos alcance el futuro. Hoy celebramos la alegría de seguir teniendo residencia en la Tierra y el privilegio de contarlo.