Felipe VI ofreció ayer en el inicio de su reinado una monarquía renovada para un tiempo nuevo y apeló a la unidad de una España diversa en la que, según sus propias palabras, cabemos todos. Un encaje que precisa hallar las soluciones para combatir eficazmente el paro, el principal de los problemas que atraviesa el país. El Rey quiso mostrarse cercano, preocupado por los que sufren, y reivindicó la Corona como garante de independencia y neutralidad política sin que ello le impidiese recalcar su compromiso con el pueblo.

Don Felipe de Borbón se presentó ante los españoles como un monarca del siglo XXI, sensible, con un discurso ilusionante y conciliador pero que encierra una profunda crítica. Algo no marcha cuando el nuevo Rey se siente en la obligación de llamar a la unidad de la nación y al entendimiento entre los partidos. Algo funciona deficientemente cuando tiene que recordar que los ciudadanos deben ser el eje de la acción política, que su generación necesita recuperar la confianza en las instituciones. En un país asediado por los escándalos de corrupción, Felipe VI se comprometió a ser un Rey ejemplar. Haríamos mal todos en no reflexionar sobre esas palabras y seguir el camino que marcan.