En un documental emitido en las horas previas a la celebración del Mundial, Xavi Hernández, que después de la última Eurocopa barajaba dejar la selección, repasaba las razones por las que había decidido continuar. «Vicente fue el que me animó», relata; «decía que sería muy bonito ir al Mundial de Brasil a competir». Inconscientemente o no, la palabra usada por Xavi fue «competir». Antes de Sudáfrica, cualquier discurso nacido de la garganta de un internacional llevaba adosada la palabra «ganar». Importante matiz. El desastre se consumó en dos partidos y se dio entonces paso al carrusel de juicios sobre lo que había ocurrido. Xabi Alonso fue el más claro: «No hemos sabido mantener el hambre ni la convicción de ir a por el campeonato».

Las personas más cercanas a la selección barruntaban en los días previos al Mundial que el ciclo de la selección estaba llegando a su fin. La sorpresa llegó en la forma más que en el fondo. España podía caer pero no parecía que lo haría con semejante estruendo. «La cuota de alegría y de éxito estaba agotada», incidió Alonso en su análisis. El de Tolosa se alejó de los tópicos que rodean el mundo del fútbol para hablar de una forma más clara. Y la brecha se hizo evidente.

Muchos de los miembros de la delegación española no dudaron en contradecir la tesis de Alonso. «Es su opinión, pero cuando las cosas no salen no es por falta de ambición. Todos queremos ganar», se defendió Iniesta, elevando el tono algo más de lo que es habitual en él. Diego Costa, uno de los de la nueva guardia, tampoco coincidió en el análisis del vasco: «Aquí todos pensaban en ganar. Yo estoy aquí porque quería ganar, quería llegar a la final». Cazorla fue el último en entrar en escena. «No hay falta de hambre, simplemente nos superaron», expresó.

Las palabras de Alonso no han sentado bien en el seno de una selección castigada con una semana extra en Brasil para afrontar un insulso partido contra Australia. Dicen que las valoraciones han sentado especialmente mal a los más jóvenes, los que aún no han saciado su sed de triunfos. Brasil supone el final de la generación más brillante que ha tenido nunca el fútbol español. Nunca nadie había ganado tanto ni lo había hecho con un estilo tan reconocible. Por eso la caída ha sido tan impactante.

En realidad la sinceridad de Alonso no es novedad. Fue el propio Del Bosque el que advirtió antes de aterrizar en Brasil de posibles problemas basados en cuestiones motivacionales más que las meramente futbolísticas. «Solo veo a uno que mira con hambre», dijo. Koke personalizó desde entonces la nueva hornada, la próxima generación llamada a heredar el cetro más lujoso que tiene el fútbol nacional.

La parte más negativa de las victorias, si existe dicha parte, es que a veces distorsiona la realidad. España fue la mejor durante seis años, pero la celebración evitó diseccionar con claridad el agotamiento de la propuesta. Los problemas se masificaron en Brasil hasta acabar con el ciclo más glorioso de un portazo. Ahora, llega el momento de que España se renueve. No parece que el camino sea una revolución; el camino está marcado. Será cuestión de recuperar el hambre, según la tesis de Alonso.