Las formas de organización política de los estados son múltiples aunque podemos agruparlas en dos: monarquía y república. Los que se declaran republicanos no quieren la monarquía porque opinan que nada ni nadie puede estar por encima de la voluntad del pueblo. Y con el acceso de un rey, no elegido, a la jefatura del estado se quiebra el principio democrático. Es el único cemento republicano compartido, como veremos.

Obviando el hecho de la existencia de diferentes tipos de monarquía, y subrayando el dato de que en España el rey no gobierna sino que reina al ostentar el papel simbólico y representativo del conjunto de la nación y ejercer la moderación institucional, hay que constatar que nadie que yo conozca -desde el campo monárquico- propugna volver a un rey gobernante.

Pero si analizamos los diferentes modelos de estado que los republicanos tienen en mente, o consideran su ideal, entonces aparecen grandes discrepancias. Hay quienes parecen querer una república democrática al estilo de los viejos países comunistas, donde la voluntad del pueblo y los principios que informan el modo de vida occidental (los derechos y libertades individuales, las garantías constitucionales, la división de poderes, la elección popular, el pluralismo ideológico...) están secuestrados por dictaduras infames en régimen de partido único; algunas incluso convertidas en repúblicas hereditarias. Algunos pretenden ingenuamente democracia directa como en los cantones suizos donde los ciudadanos deciden, vía urnas, sobre todas las cuestiones. Otros propugnarían una república en que los principios de una determinada religión informasen el funcionamiento global del estado como las actuales repúblicas islámicas; o como las repúblicas católico-apostólico-romanas en Sudamérica mediado el XIX. En otros casos son meras dictaduras militares o pseudomilitares.

Finalmente están las repúblicas que podemos calificar de constitucionales y respetan los principios de la democracia occidental. Sin embargo, también existen sensibles diferencias entre las presidencialistas, en que jefatura de estado y de gobierno se funden; las semipresidencialistas, en que el poder ejecutivo es compartido por el jefe de Estado y el jefe de gobierno; o las parlamentarias donde el jefe del estado no gobierna, limitándose a su papel simbólico.

Resumiendo. Si entre los que pudiéramos llamar monárquicos hay un acuerdo casi unánime en considerar el modelo actual de monarquía parlamentaria como el mejor entre los posibles regímenes monárquicos, no ocurre lo mismo en el bando de los republicanos. Por tanto el dilema está entre la monarquía actual y.€ ¿qué tipo de república? Todos los que se envuelven de morado en estos días, ¿coinciden en sus aspiraciones?

Aceptemos que las Cortes acuerdan someter a los españoles la forma de estado. Se hace el referéndum y abolimos la monarquía parlamentaria. ¿Y ahora qué? ¿Existe un acuerdo sobre el tipo de república que queremos? Porque los republicanos constitucionalistas piensan en una república a la americana, a la alemana o a la francesa. No son iguales. Además, unos preferirían elegir al presidente de la república directamente, otros a través de representantes de las cámaras y de las regiones como en Alemania e Italia, o mediante la fórmula indirecta -más compleja- de los Estados Unidos. En cuanto al resto de los republicanos unos abogarían por una republica bolivariana o castrista, otros propugnarían otra democrática al estilo soviético, o una república asamblearia de constantes decisiones en referenda€ Y mientras nos ponemos de acuerdo, ¿qué pasa? ¿Habría consenso suficientemente amplio entre los españoles acerca del modelo republicano a establecer? Creo que uno de los valores que cualquier sociedad aprecia, y la española no es una excepción, es la estabilidad. ¿No generaríamos un guirigay inestabilizante que no llevaría a nada bueno? ¿Acaso serviría para resolver los graves problemas con los que nos enfrentamos? Es decir ¿destruimos el modelo sin garantías de edificar nada mejor, ni más ampliamente aceptado?

Quienes idealizan la república, ¿creen que una presidencia republicana está ausente de escándalos y corrupciones? ¿Recuerdan los diamantes de Giscard d´Estaing, la condena de Chirac o los escándalos de Mitterrand? ¿La corrupción que acabó con las presidencias de Giovanni Leone o Francesco Cossiga? ¿El escándalo Watergate con el impeachment de Nixon? ¿O los ceses en Alemania de Köhler o Wulff por diferentes cuestiones?

Frente a estos problemas, acrecentados con el enredo que supondría incluir las negociaciones para la elección de presidente de la república en los debates políticos partidistas, se podría argumentar que, en España, para que el rey acceda al trono tiene que ser proclamado por las Cortes y ante las Cortes. Es decir, legitima democráticamente su acceso a la jefatura del estado a través de los representantes del pueblo. La única diferencia con una república es que en vez de elegirlo cada cuatro, cinco o siete años, se proclama cada generación. Y ya procurará el rey de no meter la pata para evitar su cuestionamiento constitucional. Porque aquí se encuentra para mí la gran ventaja de la abdicación de don Juan Carlos. Mientras los reyes por la gracia de Dios mueren en la cama, en las monarquías europeas modernizadas los reyes dimiten que es, en definitiva, lo que significa la abdicación; y además tiñen de rojo su sangre al casarse con plebeyos.

Finalmente, en un país con claras tendencias cainitas como España, pienso que es bueno que la Jefatura del Estado sea ajena a las luchas partidarias. ¿Qué pensarían los españoles de un signo viendo a Felipe González o Rodríguez Zapatero como jefes de Estado, o los de otro con Aznar o Rajoy en dicho puesto? Sin duda, opino, que la existencia de una jefatura del estado al margen de luchas políticas, como poder moderador, es un factor fundamental en la estabilidad política española.

Afortunadamente la ciudadanía española creo que es bastante más sensata que muchos de nuestros representantes.