Hay algo tranquilizador en el regreso del fútbol, una droga de efectos ansiolíticos, hipnóticos y antidepresivos. Incluso al no adicto ver un partido le suministra un raro bienestar, quizás debido a la percepción de un sistema lógico, una combinatoria infinita de posibilidades que se va desarrollando con arreglo a unas leyes en las que intervienen el arte, el azar y el factor humano. Hay quien dice que el fútbol, igual que la música, es en esencia un patrón de tiempo, de ritmo y de compás, el marcapasos colectivo que rige el corazón gigantesco del estadio. Pero también cabría pensar que se trata de un relato épico con desarrollo en 90 minutos, cuya superioridad sobre el de una película estriba en su carácter abstracto (como la de un alfabeto moderno frente a un ideograma). Sin embargo su efecto más benéfico es la sensación de normalidad, de que algo permanece a salvo de los cambios.