El presidente del PP andaluz, Juanma Moreno, se ofreció ayer a acompañar a la presidenta de la Junta, Susana Díaz, al Ministerio de Hacienda para dialogar sobre el pago de los 426 millones que la comunidad tiene que devolver al Estado por la liquidación presupuestaria negativa de 2013. Bonilla se ofrece de lazarillo o cicerone por esos madriles del poder y los pasillos, la moqueta y los subsecretarios atildados que mecen su desazón política a la caída de la tarde con la corbata floja en coctelerías del barrio de Salamanca. Bonilla estuvo largo tiempo de número dos en Sanidad, lo que le da conocimiento de los intríngulis de la villa y corte. Susana Díaz es también muy de ir a Madrid. Pero a los platós de televisión o los estudios de radio. Sabe que hay además una coqueta calle, Ferraz, donde despachan los suyos. Y Pedro Sánchez. Pero se ve que no tiene quien la guíe y va poco. Por esa zona no hay Triana ni marujeo ni nada por el estilo. Más bien es la cercanía del paseo de Rosales, donde se emplazan unos casoplones de gente adinerada o herederos arruinados y donde señoras de toda la vida, e incluso de esta, con cita a las cinco en la pedicura, toman vino blanco con patatas fritas a la hora del aperitivo mientras la muchacha termina de cambiar las sábanas, preparar el salmón y darle el biberón a un niño de carrillos hinchados y cara como de Churchill. Susana y Bonilla, o Juanma y Díaz podrían desplazarse en un AVE tempranero, donde huele a colonia, madrugón y cita en notaría. Podrían luego subir desde Atocha a la Cuesta de Moyano a comprar libros de segunda mano. Tal vez las memorias de Clavero Arévalo o las 1.080 recetas de cocina de Simone Ortega o una vieja y deliciosa novela del olvidado Juan Antonio de Zunzunegui. La vida como es, por ejemplo. Un relato barojiano de un pícaro en Madrid con talento y código ético. Irían por el Paseo del Prado luego. Conteniendo el arrebato de cogerse la mano al pasar por el bucólico y nunca bien ponderado jardín botánico. Enfilarían la Castellana, la colosal vena del espinazo capitalino por la que se puede llegar al Ministerio a la par que se vislumbran a un lado y a otro museos, restaurantes, instituciones, monumentos, turistas, taxis y desocupados. Tal vez alguien, a las puertas de Hacienda, por ejemplo un bedel natural de Móstoles, aficionado a la filatelia, socio del Rayo y con una hija de Podemos, les preguntaría que dónde van. Entonces Bonilla exhibiría sus poderes: daría un nombre, enseñaría un carné de algo, tiraría de labia y currículum y franquearían las puertas. Si Montoro no se pone mijita les queda la tarde. Podrían marcarse un teatro.