La lógica del marrulleo político apunta a unas elecciones anticipadas. Rajoy intenta agotar la legislatura confiando en que de aquí a un año se haga creíble lo que ahora solo convence a los convencidos (cada vez menos): la salida de la crisis o cualquier clase de mejora en las condiciones de vida de un gran segmento del electorado. Este mensaje extravagante permanece bajo el agua con dos contrapesos en los pies: el de la tercera recisión europea y, sobre todo, el nivel contaminante de la corrupción. En el foso de imputados o detenidos del PP caen nombres de peces gordos como Aceves y Granados, además de un presidente de diputación, un montón de alcaldes y otros cargos. La Operación púnica también alcanza de lleno al PSOE, pero no está en su mano disolver las Cortes y convocar comicios. Rajoy puede hacerlo antes de que la mancha negra siga creciendo -que crecerá sin parar y a velocidad acelerada- y solo queden en el partido los políticos que no necesitan robarnos.

Lo que pueda ganar con el mensaje de la recuperación económica se duplica o triplica en pérdidas con la irresistible progenie de los corruptos, además de llenar la despensa de las nuevas opciones, cuyo proceso organizativo dispone hoy de un año de buenas cosechas. ¿Qué valor tienen la vergüenza y el perdón pedido por Esperanza Aguirre? Está buena señora, que lo ha sido todo y esta amortizadisima, tendría que haberse ido a su casa por la ceguera en la promoción de sinvergüenzas como Granados y otros errores que la invalidan tanto o más. Y al igual que ella, todos aquellos cuyo único derecho respetable es la presunción de inocencia. El presidente del gobierno no debería cerrar los ojos a la ola que muta en tsunami, ni a la peste a vendetta que despide la espuma. Cada día más alta y potente, esa ola apunta a las cúpulas presentes y pasadas. Gurtel y Bárcenas no están cerrados, y los focos del expolio proliferan como los virus. Las caras de la infamia son infinitas.

Casi todo está degradado, sucio, en entredicho. Agotar la legislatura será prolongar una agonía. Los casos catalanes presuntos, familia Pujol, alcalde Trías y los que vayan emergiendo, no desinflan el separatismo sino que extienden la pestilencia y la rabia. Anticipar las elecciones generales sería tachado de maniobrerismo, tacticismo o lo que se quiera; pero obligaría a todos a ponerse las pilas mientras les quede un resto de energía limpia, y clarificar el cuadro de la confianza o desconfianza ciudadanas, tan agredidas por la corrosión. Si los medios de comunicación se ven obligados a seguir abriendo ediciones con la arborescente golfada de los «servidores del pueblo», los partidos «tradicionales» no tendrán la menor chance. Que, a lo mejor, es lo que conviene al país.