La tan sorprendente como exitosa irrupción de Podemos en nuestro panorama político ha descolocado de pronto a los partidos establecidos y ha hecho sonar todas las alarmas políticas y mediáticas. Las Casandras de turno nos advierten de la llegada de las diez plagas de Egipto si esos chicos alcanzan el poder, y recuerdan lo ocurrido bajo los regímenes comunistas o lo que sucede hoy mismo ante nuestros ojos con los gobiernos del llamado eje bolivariano, supuestamente incapaces de suministrar hasta papel higiénico a sus ciudadanos. Otros se preguntan por el contrario si lo que ofrecen no terminará siendo vino viejo en odres nuevos.

A uno, sin embargo, le gustaría poder asociar esos movimientos asamblearios inspirados por el 15 M o sus equivalentes a algo que nada tiene que ver con el chavismo venezolano, con las burocracias comunistas del siglo XX o con un sistema como el que aquí sufrimos, en el que tantas veces se utiliza la política para el medro personal mientras se ejerce y también cuando se sale de ella. Me refiero al llamado procomún, una propuesta alternativa de definición, elaboración y gestión colectiva de los “ bienes comunes”, nacida como reacción a la extensión del dominio de la propiedad privada a todas las esferas de la vida, a la mercantilización de cuanto nos rodea: las simientes, los medicamentos tradicionales, el agua, las ondas, el ozono y hasta el genoma de los seres vivos. Dos intelectuales franceses, el sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot, han abordado el procomún desde una óptica tanto histórica como política en un tan voluminoso como interesante ensayo publicado en el país vecino bajo el título de Commun: essai sur la révolution au XXI siècle (Ed. La Découverte). El proceso de privatización acelerada al que asistimos y que parece no encontrar ningún obstáculo lo comparan los dos autores en su recorrido histórico al antiguo fenómeno de los enclosures de Inglaterra, el cercado de terrenos que habían sido comunales durante toda la Edad Media y que con tanta agudeza estudió Karl Polanyi en su obra ya clásica La Gran Transformación. Del mismo modo que aquella privatización de tierras utilizadas antes colectivamente para el pastoreo o la caza y que hundió a miles de campesinos de pronto en la miseria gozó en su día del apoyo de la monarquía de Enrique VIII, vemos ahora cómo la privatización de servicios esenciales, como la educación y la sanidad, o la patentabilidad de los seres vivos son impulsadas desde el propio Estado neoliberal. Frente a ese y otros fenómenos por igual preocupantes han surgido últimamente movimientos como el de los indignados, que denuncian la apropiación de los recursos naturales, de los servicios públicos o las comunicaciones. Apropiación que no se limita a los particulares, sino que llevan a cabo también los Estados, como ocurre con las tierras que está comprando China en África o en otros continentes en beneficio de unos pocos y perjuicio directo de las poblaciones locales. Para los dos autores franceses, el procomún no puede confundirse en cualquier caso con lo que llamamos bienes comunes, pues es anterior a ellos y sirve para definirlos.

Procomún define una praxis colectiva, la búsqueda en común de lo que en ningún caso debería ser objeto de apropiación privada sino que debe reservarse para un uso común o para un fin social determinado colectivamente. No se trata sólo de garantizar la igualdad de acceso a unos servicios, sino de poder participar también democráticamente en la elaboración de sus objetivos. Se trata, esto es, de abrir la gestión de los servicios públicos a los asalariados, a los usuarios y a los ciudadanos, práctica que puede relacionarse con el socialismo asociacionista del siglo XIX o el comunismo de los efímeros consejos obreros. Y es que asistimos, por el contrario, de un tiempo a esta parte a un proceso antidemocrático de concentración de la propiedad en cada vez menos manos.

Lo vemos , por ejemplo, en el sector de las comunicaciones, en el universo digital, donde se ha establecido un lucrativo modelo de negocio gracias a sistemas informáticos que permiten seguir al detalle las pautas de consumo de los clientes. El procomún, tal y como lo entienden Dardot y Laval, no implica en cualquier caso la supresión de la propiedad privada ni del mercado, sino simplemente la limitación de sus derechos, la sustracción de determinados bienes o servicios al intercambio comercial, al proceso de mercantilización universal y su subordinación, por el contrario, a un bien común colectiva y democráticamente decidido. «La idea de revolución como transformación de la sociedad hacia un modelo de democracia generalizada vuelve a replantearse», afirma Dardot.

Los dos autores abogan en su ensayo por trabajar desde ahora en la construcción de nuevas formas de ciudadanía más allá de las fronteras nacionales como respuesta a la movilidad del capital, que zapa ya los fundamentos de la soberanía nacional. Y ello sin perder nunca de vista el peligro de que la ciudadanía pierda en calidad política lo que termine ganando en extensión. ¿Es algo así lo que tiene en mente Podemos? Sus jóvenes ideólogos nos deben una respuesta que no peque de ambigua