Desde que las nuevas tecnologías tomaron por asalto las redacciones de los periódicos, la calle se ha vuelto lejana. Ha ayudado a ese divorcio el avasallante cúmulo de información que mana de las fuentes oficiales, que facilita la producción de muchas noticias sin confirmar o sólo ratificadas por la propia fuente de donde brotan. La calle, donde palpita el corazón de las noticias, ha sido dejada de lado peligrosamente. Los veteranos del periodismo de riesgo, esos que han estado en escenarios bélicos, saben sobradamente que si no se mojan en las trincheras, las noticias de primera mano no se encuentran en la barra del bar del hotel de los periodistas. Eso cuesta a veces la vida misma. También deben conocer las vías de escape cuando la cosa se pone demasiado caliente, como aconseja Arturo Pérez-Reverte. La calle se ha vuelto ancha y ajena. Pero no solamente para los periodistas, los políticos en ejercicio también han olvidado con demasiada facilidad que por la calle suele resonar la voz del pueblo. En la puta calle dicen que la gente se preocupa, y mucho, por el paro y la corrupción, que escala cada mañana un titular de escándalo.

La única forma de conocer la calle es patearla. Desconocer el terreno a pie es perderse en conjeturas teóricas, que hacen aplicar programas que poco o nada tienen que ver con la verdadera realidad. Aquí en Málaga hay ejemplos. Uno es la zona relativamente nueva de Teatinos, plagadas de edificios vacíos o a medio habitar, de la grande comunidad universitaria, de un hospital de referencia en la ciudad; ahora atravesada por el Metro a cara descubierta, de anchas y peligrosas avenidas para cruzarlas a pie o en bici. Es un buen ejemplo donde los políticos no pisan sus calles. El taimado presidente, Rajoy ha caído en cuenta, y avizorando el horizonte electoral, donde la tormenta se cierne, ha reclamado a los suyos, más acostumbrados a pisar mullidas alfombras que el duro asfalto, a que se tiren a la calle. A esa puta calle, que tanto reclama a los cargos públicos los de aquí y los de allí.

Puede ser que dar esa espalda a la calle, la de enfrente, la del al lado, la de más allá sea porque sus señorías se tienen que manchar mucho los zapatos, se les puede encallecer las manos de tantos apretones o que algún airado vecino les escupa en la cara. Y eso es duro. Divorciados de la realidad verdadera, estos políticos no arriesgan nada, prefieren el seguro refugio de sus sillones donde creen conocer lo que no conocen realmente. Ahora el jefe supremo de los peperos les ha llamado al orden, y ése está en la calle.

Ante el panorama galopante de la corrupción pública (800 ayuntamientos, el 10%, están incursos en casos judiciales, la financiación de los partidos en los tribunales, cursos fallidos, ERE fraudulentos, etc.); la crisis cabalga sobre una economía sumergida del 18 por ciento del PIB, su quinta parte o sobre las espaldas de cinco millones de desempleados. Y sobre la debacle electoral, que puede ser un tsunami devastador para el PP, Rajoy clama por la calle. Está por ver si esa calle escuchará ahora sus cantos de sirenas, porque, según dicen las encuestas y sondeos, debidamente cocinados, la calle está oyendo otros cantos de otros sirenos. Y hay muchos, demasiados sospechosos, inocentes hasta que les prueben lo contrario, que se saben culpables. La corrupción parece estar enquistada en los resquicios mismos de un sistema, que parecía la panacea tras tres décadas largas de dictadura, y en vez de una solución admirable se ha convertido en la tormenta perfecta.

Tomar la calle hoy suena a una urgencia, a una llamada desesperada de última hora. Parece ya muy tarde. Las calles están cerradas a escuchar y tienen una sola arma para responder: el voto. Tal vez por esas urnas locales que vienen en mayo/2015 o por las generales a un año vista, es que se acuerda Rajoy y su partido que se han alejado demasiado de la calle. Toca recuperar ese territorio estratégico, que unos recién llegados han tomado sin siquiera pisarlo, sólo desde los púlpitos mediáticos, desde las modestas aulas universitarias, con asambleas de cuatro o cinco vecinos reunidos en un banco de un parque o en Facultades de Económicas, con cinco eurodiputados de nada, pero ofreciendo el cielo por asalto.

En el otro lado de la calle el PSOE mira perplejo. Los nuevos jóvenes dirigentes Sánchez/Díaz intentan recomponer el paño rasgado del socialismo español, buscando entre las costuras los hilos de la socialdemocracia, que le quieren arrebatar unos recién llegados, que ya han hecho suyo los restos del comunismo español que aún se cobija bajo el paraguas de IU. El plano político tradicional de esta democracia sangrante está en busca de la calle perdida. Si no la encuentran, y parece que el mapa está extraviado, el cielo de la libertad les va a caer encima de sus cabezas.

*Carlos Pérez Ariza es periodista, escritor y profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación