El esquema de programa económico de Podemos ha movido una gran algarabía entre los comentaristas políticos y económicos, especialmente los liberales, que por fin tienen pruebas irrefutables de que la formación de los politólogos universitarios no sabe lo que se dice y nos puede llevar al marasmo, al naufragio y al infierno. Primera prueba: la actual versión de las intenciones de Podemos en lo económico echa agua al vino de sus proclamas iniciales, que les valieron ser acusados de chavistas. Por lo tanto, no saben lo que quieren, y vaya usted a adivinar hasta dónde habrán retrocedido o rectificado para las elecciones.

Segunda prueba: los economistas que han redactado el documento proponen que el Instituto de Crédito Oficial (ICO) se saque la licencia bancaria y vaya al Banco Central Europeo a por dinero; pero el ICO ya tiene dicha licencia y acude con regularidad al abrevadero. Si ignoran algo tan elemental, ¿cómo puede uno fiarse de todo lo demás? Tercera prueba, pero la más importante: examinado a la luz de los parámetros y reglas comúnmente aceptados, el programa nos lleva de cabeza a disparar la deuda pública, cerrar empresas a montones, y finalmente a elegir entre el rescate a la griega o el abandono del euro, que en la práctica equivaldría a la quiebra y al aislamiento. Autárquicos pero orgullosos, como en los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado.

Eso es lo que dicen los comentaristas, sin duda a sueldo de la casta, igual que los medios que profetizan en portada una deuda pública del 174% del PIB y una prima de riesgo de mil puntos, que dicho así da mucho miedo. Deben de esperar que tales revelaciones abran los ojos a la gente y les alejen de la tentación de votar a Podemos, los «salvapatrias de las escobas» en frase de Mariano Rajoy.

Pero la gente, los ciudadanos, los electores llamados a ser votantes, saben más cosas. Saben que entre lo dicho y hecho por Zapatero medió un trecho galáctico. Saben que Rajoy empezó su mandato tomando exactamente las decisiones contrarias a las prometidas. Por lo tanto, ponen entre grandes paréntesis el contenido de cualquier programa, conscientes de hasta qué punto la dura realidad desmonta los mejores propósitos. En cambio, se fijan en la música, en los tonos, en el aspecto, en la sintonía a la hora de analizar cómo están las cosas y señalar qué debe cambiarse de raíz. Especialmente en tiempos de gran decepción como los presentes.

Y los ciudadanos saben algo más: saben que las políticas convencionales, las que se fundamentan en los parámetros y reglas comúnmente aceptados, han sido las aplicadas en estos años de paro tremebundo, de salarios naufragados, de deuda imparable, en los que se han rescatado bancos con dinero de los impuestos y han aumentado las desigualdades sociales, la distancia que separa los más ricos de la masa empobrecida. Si así están las cosas gracias a las políticas convencionales, va a ser difícil asustar a la gente con la advertencia de que el demonio lleva coleta.