Hubo una época en mis años de estudiante en los que me aficioné a viajar por Grecia. Llegaba uno al puerto del Pireo y preguntaba cuál era el primer barco que salía para alguna isla, daba igual cuál. Había que abandonar cuanto antes la contaminación de Atenas.

Se viajaba ligero, con una mochila en la que había siempre sitio para un libro de Cavafis, de Lawrence Durrell o de Henry Miller - obre todo «El coloso de Marusi»- y se dormía, si no quedaban ya habitaciones, enfundado en un saco de dormir en la terraza de alguna casa porque los lugareños alquilaban al viajero incluso esos espacios, expuestos a todos los vientos.

En uno de aquellos viajes, visité el monte Athos, ese bellísimo lugar de monasterios medievales donde tenían vetada la entrada las mujeres e incluso se decía que también las hembras de animales. ¿Tendrían aquellos monjes de voces profundas también tentaciones zoofílicas?

Me han venido de pronto a la cabeza esos y otros lejanos recuerdos, como el chapoteo de las olas junto a las pequeñas tabernas donde uno se citaba con otros viajeros de otras nacionalidades, al leer en la prensa internacional una noticia sobre un proyecto minero en la península de Halkidiki, donde está precisamente ese monte de leyenda.

Es una región rica en metales, zinc, plomo, plata y cobre, pero sobre todo oro, que sirvió ya financiar las campañas de Alejandro Magno en Asia. Y ahora, una empresa canadiense, Eldorado Gold, quiere proceder de nuevo a su extracción.

Los lugareños, que llevan años luchando contra el proyecto, denuncian no sólo la inevitable deforestación en una región muy boscosa y rica en biodiversidad, sino que temen por su actividad principal- el turismo-, y también por el impacto sobre su salud: polvo que llegará a sus pulmones, cianuro que contaminará las aguas, substancias tóxicas en las playas donde se bañan hoy los turistas.

La empresa, que quiere empezar como muy tarde en 2016 su actividad, ha empezado ya a talar el bosque y a aplanar el monte frente a la oposición de los habitantes de los pueblos vecinos como el de Ierissos, sometidos cada vez más al control y al hostigamiento de las fuerzas del orden.

La adjudicación de esa explotación se hizo además, según se ha denunciado, de forma irregular, sin respetar ningún concurso, y hubo gente que se benefició indebidamente, sin que esto parezca importar ahora demasiado: el gobierno conservador griego de Antonis Samaras quiere atraer inversiones internacionales a un país en crisis profunda y le traen al fresco las protestas de los afectados.

Al leer esa noticia, uno no puede menos de pensar en lo que ocurre también entre nosotros, en ese paraíso turístico y pesquero que son las Canarias.

De nada parecen servir tampoco en ese caso las protestas masivas de la población e incluso las del Gobierno regional contra las prospecciones frente a las costas de Fuerteventura y Lanzarote en busca del oro negro.

¡Y luego se quejarán si un día vuelve a crecer también allí el independentismo!