Una gran multinacional decía, hace mucho, que tenía en cuenta estos bienes: el de sus accionistas, el de los trabajadores, el de las comunidades en las que estaba y el del medio ambiente. Quizás hubiera más marketing que convicción en el mensaje, pero no estaba mal. En el actual libreto del capitalismo, formalizado en los códigos de buen gobierno, la única moral reside en añadir valor al accionista, o sea, al propio capital, y nadie parece prestar atención a la bellaquería de ese código empresarial, hasta que llegan los lodos de esos polvos, como sucede ahora con algunas plantas de la multinacional Alcoa. En Europa, los políticos de la izquierda, lo que quede de los sindicatos y la opinión pública deberían pujar por construir un código empresarial como el del inicio de este billete, que fuera el marco de pactos en las empresas, y que paliara el salvajismo del capitalismo salvaje.