Vade retro, agoreros, porque se aproximan los Oscar más intelectuales de la historia. Los insignes científicos Alan Turing y Stephen Hawking se disputarán las estatuillas a través de sus biografías, Descifrando Enigma y La teoría del todo respectivamente. El combate en las pantallas entre los creadores de la Inteligencia Artificial y del Universo Ateo repercutirá sin duda en el arrinconamiento de los maniquíes, que serán reemplazados por las cerebridades. A causa en buena parte de la homosexualidad que lo indujo al suicidio, Turing se ha convertido en el matemático desconocido más famoso del mundo. Su identidad es más oscura que sus avances y premoniciones, en la génesis de internet y de la singularidad que se define como el punto en que la máquina superará al cerebro con todas las consecuencias

Por contra, todo el mundo identifica al efervescente Hawking y ha hojeado sus historias del tiempo, que revolucionaron la divulgación científica a finales de los ochenta. La adoración se produce sin saber exactamente a qué se dedica, como si su capacitación profesional fuera un agujero negro. Con su vehemencia habitual, el cosmólogo ha aprovechado para reclamar un papel de villano en la saga de James Bond, recordando que su silla de ruedas y su voz metalizada aportarían verismo al personaje.

La rehabilitación masiva de Turing cabalgará a lomos del Benedict Cumberbatch que lo interpreta con opciones al Oscar varonil. El actor de culto presume de una avalancha de admiradoras autodefinidas como cumberbitches, término que no me atrevo a traducir. Hollywood ama la distorsión física, por lo que Eddie Redmayne aventaja a su competidor como destinatario de la estatuilla que ya mereció por su vitamínica participación en Los intocables. Son los brillantes sucesores de la generación de Julian Sands, Colin Firth y el Daniel Day-Lewis de Mi pie izquierdo, no sé si captan el precedente. El duelo entre Turing y Hawking no se centrará en sus contribuciones científicas, sino en sus tormentos personales. En el caso del físico, la enfermedad y el matrimonio saldado con divorcio por enfermera interpuesta antes del reencuentro con su primera esposa, una ferviente devota que no toleraba el ateísmo de su marido. La peripecia de Turing se titula con el descifrado del código nazi Enigma, pero también se centra en la homosexualidad del matemático, delictiva en aquella época. Se suicidó comiendo del fruto prohibido, fascinado como el autoconsumido Gödel por la Blancanieves de Walt Disney, el ogro que no solo dañaba a los niños.